jueves, 28 de mayo de 2015

MITIN ELECTORAL

Este suceso que les voy a relatar ocurrió durante la campaña electoral de las elecciones municipales que finaliza precisamente hoy.
Me encontraba en una pequeña ciudad tirando a mediana, capital de provincia, sin otra cosa mejor que hacer que pasear, casualmente, cerca de la plaza de toros, donde varios operarios de una caravana electoral se encontraban descargando el instrumental necesario para el mitin que esa misma tarde noche tendría lugar en el recinto.
A falta de mejor entretenimiento entré en la plaza para ver cómo iba tomando forma, la decoraban, la disfrazaban para adaptarla a la imagen que el partido quería ofrecer a sus seguidores. Por un momento me quise sentir como si fuera un jubilado viendo como un grupo de obreros trabajan en una obra de una calle cualquiera.
Poco a poco el escenario fue incorporándose, las banderas y pancartas se distribuían por el recinto, los equipos de sonido con cientos de metros de cable se desparramaban aquí y allá, se trabajaba con diligencia, con profesionalidad, cada hombre sabía lo que tenía que hacer y cuándo hacerlo. Uno de los técnicos de sonido dijo, dirigiéndose a los guardias de seguridad, que necesitaba una persona que hablase por el micrófono mientras probaban la correcta ubicación de los amplificadores, así que uno de ellos, el que parecía más joven, se subió al escenario, cogió el micrófono y comenzó a hablar más o menos así:
“Señoras, señores, buenas tardes y bienvenidos. Ante todo quisiera darles las gracias por decidir dedicarme su tiempo, espero que cuando esto termine no lo consideren perdido”
Este inicio fue suficiente para que dejase de preocuparme por el hombre que estaba haciendo equilibrios en el tejado colgando una de las pancartas y le prestase toda mi atención al guardia que, un poco tenso, permanecía rígido en el centro del escenario.
“Como seguramente no se les escapa, estamos ante uno de los acontecimientos más relevantes de nuestra ciudad, unas elecciones municipales que decidirán quién queremos que se encargue de gestionar nuestra vida pública en los próximos cuatro años. Por lo tanto me van a permitir que no les hable hoy del aumento o disminución de los presupuestos generales del estado, ni de su redistribución; tampoco les voy a hablar, si no les parece mal, de la subida o bajada del IVA, del impuesto de sucesiones o del de actos jurídicos documentados; estarán de acuerdo conmigo en que todos esos asuntos, y muchos otros similares, con ser realmente importantes, no deben ser motivo de disquisición en este foro, ni la corporación municipal tendrá mucho que hacer o decir al respecto”.
El orador había ido ganando confianza con el entorno, moviéndose de uno a otro lado del escenario micrófono en mano mientras, con la mano libre comenzaba a accionar tímidamente. Los operarios que trabajaban bajo el escenario, los técnicos de sonido, los funambulistas de las banderas, sus propios compañeros de seguridad, todos, poco a poco habían ido cesando en su actividad, volviendo su atención hacia el conferenciante. Uno de los técnicos de sonido, el que había solicitado su intervención, se levantó diciendo “bueno, creo que ya está bien…”, no pudo continuar, sus propios compañeros le retuvieron instándole al silencio, “cállate, déjale que siga”. El segurata, que se había desprendido de la gorra del uniforme, se aflojó la corbata, se acercó al borde del escenario y se sentó dejando que las piernas le colgasen, siguió hablando, más íntimo, inclinándose hacia adelante.
“De  lo que en realidad quiero hablarles hoy es precisamente de nuestro pueblo, de nuestra ciudad, de las cosas que nos preocupan en el día a día, de los problemas que se nos presentan y de cómo podemos solucionarlos, no yo, o la persona que resulte elegida, sino entre todos, aportando cada uno lo mejor de nosotros para que todos nos beneficiemos. Sí, quiero hablarles de los atascos del tráfico en las horas punta que se suceden un día sí y otro también; de cómo podemos organizar o programar los semáforos para que ese tráfico sea más fluido; de cómo podemos optimizar, mejorar y ampliar la red de transporte público para que la mayoría de nosotros nos convenzamos de que utilizar nuestro coche no es la mejor opción, ni la más barata, ni la menos contaminante; de cómo podríamos hacer que ese transporte público llegue a todos los barrios por igual, por igual de bien quiero decir, no como ahora que llegan igual de mal, no, igual de bien de frecuencias, de horarios, de calidad de los coches, buses, trenes, igual de bien de limpieza o de vigilancia en los transportes; de cómo podríamos racionalizar el servicio de recogida de basuras para evitar que nuestras calles huelan mal y estén sucias, conjugando la periodicidad con el horario para no entorpecer el tráfico por el día con los camiones por las calles, ni el descanso nocturno de la gente que trabaja con el ruido por las noches; de cómo podemos promocionar nuestra ciudad y sus espacios culturales para conseguir atraer congresos, exposiciones, eventos que la conviertan en un destino habitual en los circuitos de turismo cultural y deportivo; para eso tendremos que disponer de una atractiva red de restauración en todos los niveles, desde el hotel de cinco estrellas a la pequeña taberna de barrio, por lo que desde el ayuntamiento habrá que facilitar y abaratar la obtención de licencias municipales para que los establecimientos actuales puedan hacer las reformas necesarias que les aporte un plus de atractivo, o para que se abran nuevos establecimientos que amplíen la oferta”.
No me había dado cuenta de tan absorto que estaba, pero poco a poco, por las distintas puertas de  la plaza, había ido entrando gente que, desde la calle, atraídos por el volumen del sonido y lo que allí se estaba diciendo, no querían perdérselo. Se habían ido aproximando al escenario, rodeando el punto donde el guardia, que ahora se incorporaba nuevamente, seguía hablando levantando varios semitonos la intensidad de la voz.
“De cómo se puede llevar a cabo, de forma permanente, la operación asfalto o, por decirlo de otra forma, que no exista tal operación asfalto sino que permanentemente nos vayamos ocupando de reparar y mejorar las aceras y el asfalto de las calles a medida que se detectan los defectos, sin necesidad de esperar a que una vez al año estrangulemos la ciudad con varias obras a la vez por todas partes; de cómo sería posible hacer más atractiva nuestra ciudad dotándola de más parques, mejorando los que tenemos, cuidándolos con regularidad, segando cuando es necesario, podando en su tiempo para evitar accidentes; de cómo hacer más habitable y sostenible la convivencia entre coches, peatones y bicicletas, aumentando el número de kilómetros de carriles bici; de la transparencia que debe regir en todos los concursos municipales donde se decida cualquier tipo de concesión o contrato para no dar margen alguno a la existencia de gestoras intermediarias que favorezcan o incluso garanticen el éxito a cambio de sustanciosas comisiones; de cómo debe de ser la actuación de la policía municipal para que, en su presencia, nos podamos sentir aliviados en lugar de sentirnos acosados”.
A estas alturas el albero de la plaza estaba atestado de gente y las gradas empezaban a poblarse de curiosos. El guardia se aproximó al extremo del escenario y se quedó mirando fijamente a la multitud, silencioso; lentamente levantó su mano libre con el dedo índice extendido y habló nuevamente.
“Pero no, no vengo a prometeros nada, absolutamente nada de todo lo que he dicho, porque no estoy en condiciones de prometer lo que no sé si podré cumplir. Lo que sí me siento capaz de deciros es que creo firmemente en todo ello, que eso es lo que quiero para mi ciudad y que si me lo permitís, voy a luchar a muerte por conseguirlo; y voy a luchar también para que todos vosotros os sintáis partícipes de lo que hagamos, haciéndoos llegar todas las decisiones que se tomen así como los motivos que nos inducen a tomarlas; para ello nos tenemos que acercar a los vecinos, tenemos que ser accesibles, por eso, quiero comprometerme a situar en cada calle, en cada barrio, una persona de vuestra confianza, cercana, un vecino elegido por vosotros mismos que se encargue de recoger todas las inquietudes, todas las quejas, todas las reclamaciones y sugerencias que se os ocurran, que queráis aportar, de palabra o por escrito, con la seguridad de que todas serán estudiadas y atendidas, o desatendidas si no procedieran, pero que todas se contestarán, porque ese vecino, ese representante, tendrá que ganarse también vuestro respaldo y vuestro respeto. También estoy en condiciones de prometer, esto sí, que en caso de resultar elegido no me presentaré a la reelección dentro de cuatro años, porque estoy completamente seguro que entre todos nosotros hay muchos, muchísimos, que tendrán ideas estupendas que llevar a cabo y tantas ganas como yo de trabajar para hacerlas viables. Todos tenemos el derecho y la obligación de luchar por una ciudad mejor, de querer hacer de nuestra ciudad, un buen sitio donde vivir.”
Se quedó allí, de pie, la cabeza baja, mirando hacia el suelo, los brazos extendidos a lo largo del cuerpo, aparentemente exhausto. Durante unos segundos no se oyó nada en la plaza, tan solo el graznido de unos pájaros que pasaban revoloteando en aquel momento; de repente, desde uno de los pisos superiores de la grada empezó a resonar un aplauso, pausado, una palmada, otra, después otra más, a este primer aplaudidor se le unieron algunos más, y al poco la plaza entera explotó repentina, simultánea, atronadora, en una ovación como no se recordaba en las mejores tardes de toros. Nadie salía de su asombro, por fin alguien hablaba de las cosas que la gente necesita saber, hablaba sobre lo que de verdad importa. Desgraciadamente tan solo se trataba de una prueba de sonido, pero sonaba tan bien…

Este suceso que les acabo de narrar, al contrario de lo que les decía al comienzo, no ha sucedido. Pero hubiera sido bonito.

lunes, 25 de mayo de 2015

EL 118

(Relato presentado al 5º Certamen Literario de Relato Breve La Fragua del Trovador)

Él esperaba sentado, como cada día en los que le tocaba el turno de tarde, en la parada del bus. Hacía tan solo dos meses que había conseguido el trabajo, había tenido suerte, quién se lo iba a decir, el bus del barrio que siempre cogía para ir al centro, era ahora su centro de trabajo, sí, era el conductor del bus de su barrio, el 118. Vivía cerca de la parada, en Pinar de San José, en pleno Carabanchel, por eso, cuando le dieron su primer destino creyó que le estaban tomando el pelo, le había tocado la lotería cuándo consiguió el trabajo y ésto era el especial al décimo, el 118.
Ahí llega ya; el compañero al que sustituye, el que termina el turno de la mañana también vive en el barrio, un poco más lejos que él; lo malo del turno de la mañana es que hay que madrugar para sacar el bus de cocheras. No sabe si se le nota mucho, pero la verdad es que está encantado con su trabajo, su primer trabajo, después de años de coleccionar envíos de currículos a todo lo que se movía, de una licenciatura en química, de dos master, uno en química orgánica y otro en química avanzada aplicada, en fin, todo eso ya era pasado, lo que ahora importaba era concentrarse en la línea, la 118, las paradas, los pasajeros, el cobro de los billetes, estaba con contrato temporal, se sabía a prueba, quería convertirse en fijo. Naturalmente que no renunciaba a su vocación, a su pasión, la química, pero lo más urgente era sobrevivir al día a día, comer, pagar el alquiler, esas cosas anodinas pero imprescindibles; ya llegaría el momento de volver a retomar la química.
Fin de la primera vuelta, Glorieta de Embajadores, todavía tenía unas cuantas vueltas por delante, diez minutos de descanso, aprovechó para bajar a echar un cigarro y charlar un rato con el de la línea 27, le conocía de vista, todo un veterano que llevaba cuarenta años conduciendo autobuses. Cuando volvió a su coche y abrió las puertas para permitir el acceso al público se fijó en aquellos dos, tenían una pinta un poco rara, pero nada extravagante viendo lo que se ve actualmente aunque, la verdad, no les cuadraba mucho con la edad que parecían tener, ya no eran unos críos, calculaba que ambos pasaban de los treinta; se sentaron al fondo, en la última fila, le dio la impresión que querían pasar desapercibidos.
Cuando arrancó, después de la parada de Belzunegui, notó una presión en el costado, miró por el retrovisor y les vio, allí estaban los dos, encuadrados en el espejo, mirándole a los ojos, tranquilo tío, le dijeron, no te la juegues, métete por Vía Lusitana hacia la M-40, sin rechistar, mientras la presión del costado se hacía bastante más punzante. Vaya hombre, que suerte la mía, chicos, chicos, no hagáis locuras que llevo el bus lleno de gente, pues por eso imbécil, obedece y no le pasará nada a nadie.
En cuanto tomó la salida de Vía Lusitana, en la rotonda, las protestas de los pasajeros no se hicieron esperar, pero que haces, que te equivocas, que no es por aquí, estos chavales jóvenes no tienen ni idea, a ver por qué ponen a gente que no conoce la línea, hasta que unos de los dos, el más alto, se volvió hacia atrás y poniendo una cara de malo que casi nadie miró, porque todo el mundo tenía la vista clavada en la pistola que llevaba en la mano izquierda, les dijo algo así como que todo el mundo a callar, y que no se mueva nadie, y que las manos donde pueda verlas o empiezo a pegar tiros. Después de los alaridos de pavor lógicos en estas situaciones se hizo un silencio sepulcral.

Cuando llegaron al cruce de la M-40 Pedro les preguntó con la mirada, sigue de frente, hacia Leganés, lo atraviesas y sigues directo a Fuenlabrada. A pesar de la ferocidad que manifestaban sus rostros, los tipos no debían de ser muy profesionales, el caso es que alguien del pasaje, posiblemente la quinceañera que mascaba chicle aparentemente ajena a todo lo que le rodeaba, con los auriculares puestos, debió de pasarle aviso a la policía, la cuestión es que, en pleno centro de Fuenlabrada, en el cruce donde la calle Leganés se convierte en Luis Sauquillo, se dieron de morros con un control; salían de una curva, Pedro lo vio con antelación, la suficiente como para pisar a fondo el acelerador para, acto seguido quemar las ruedas sobre el asfalto en el frenazo de su vida. Se la jugó, pero los secuestradores, que no se habían percatado de la maniobra, rodaron por el suelo, debajo de varios pasajeros, inutilizados, reducidos, a salvo.

DIÁLOGO ESCULTÓRICO

(Relato presentado al XII Concurso de Relato Breve Museo Arqueológico de Córdoba)

     Padre, llevo horas en esta posición, ¿aún falta mucho?
     ¡No seas quejica! Ya no eres ningún niño.
     Pero es que estoy muy cansado y además, me están esperando mis amigos para ir a cazar.
     ¡Vamos, vamos, ya estamos acabando! Yo a tu edad ya estaba enrolado en la legión como asistente, eso sí que era duro y no lo que tú estás haciendo.
     Si, padre; sabes que respeto profundamente tu historia, pero es incómodo que me compares constantemente contigo. La vida es ahora mucho más sencilla, más tranquila y más civilizada que en tu juventud. Reconócelo, a ti te ha tocado vivir una época difícil y, sí, tiene mucho mérito que hayas sobrevivido, pero yo no tengo la culpa haber nacido en otra época distinta y de querer disfrutarla.
     Debo reconocer que tienes razón, hijo; todo lo que dices tiene mucha lógica y, además, me recuerda en gran medida las conversaciones que  tenía con tu abuelo cuando y tenía tu edad. Supongo que es un defecto que se adquiere con los años, el tópico de que cualquier tiempo pasado fue mejor, o el resentimiento con el mundo por la juventud perdida; no sé, quizá se trate de una combinación de todas estas cosas, aunque la explicación que más me convence es la de la proximidad de la muerte.
     ¿Qué dices? ¿Acaso estás enfermo? ¿Te vas a morir?
     No, tranquilo. Claro que me voy a morir, como todo el mundo, pero no, no estoy enfermo, no me pasa nada. Simplemente estaba reflexionando en voz alta que, seamos sinceros, ya voy siendo mayor por lo que mi fin no debe de estar muy lejano y, ¿sabes una cosa?, me obsesiona la idea de que en pocos años mi paso por el mundo se haya olvidado porque no he hecho nada especial por lo que deba ser recordado en la posteridad. Por eso me he hecho escultor, porque me gustaría que alguna de mis obras me perdurase.
     ¡Padre, por favor, no divagues!, ¡estoy muy cansado!

     Cállate hijo, no seas desagradecido. Lo que estoy haciendo es aún mucho mejor que todo lo que he hecho hasta ahora, y no solo por la escultura. A mí se me recordará como escultor, pero a ti se te recordará porque tu rostro y tu cuerpo encarnarán nada más y nada menos que al dios sol del Mitrhas Tauroctono y ¡por favor, te agradecería que dejaras de tocarte constantemente el gorro frigio!, ¡se supone que estás degollando a un toro!

jueves, 21 de mayo de 2015

MESA PARA DOS, A LAS OCHO.

(Relato presentado al V Concurso de Relatos Cortos "Rio Órbigo")

La mesa estaba reservada para las ocho de la tarde, lo cual no tendría ninguna importancia si estuviéramos hablando de un restaurante en una calle del Soho londinense, o de un bistrot del Quartier Latin en París, pero no es el caso. En España es muy raro que se reserve una mesa para las ocho de la tarde; para empezar, a esa hora la mayoría de los restaurantes aún no están abiertos, o al menos no han abierto el comedor; en segundo lugar, si algún restaurante está abierto a esa hora, tiene todas las mesas vacías, por lo que es absurdo reservar, salvo que se trate de un restaurante en zona de turismo inglés o alemán; pero esto es Gijón, aquí el turismo es gastronómico y sabe a lo que viene, además estamos en invierno, no hay turismo, qué más quisiéramos.

La mesa estaba reservada para las ocho de la tarde, y a fe que fueron puntuales. Inusualmente elegantes, pero sin estridencias; cuando digo que inusualmente me refiero a que, en realidad podría decirse que iban disfrazados, sí, parecían salidos de los años cincuenta, de una película americana en blanco y negro, no sé si me explico, él llevaba un abrigo largo, sombrero, guantes, paraguas, la verdad es que llovía, como de costumbre; cuando se quitó el abrigo me fijé en que vestía un traje de corte impecable, pero pasado de moda, solapa ancha, pantalón con dobladillo, pañuelo en el bolsillo de la chaqueta, raya diplomática. Ella también llevaba lo suyo, no se vayan a creer, abrigo largo con cinturón anudado y capa superpuesta, traje de chaqueta súper ajustada en la cintura, con falda tubo por debajo de la rodilla, medias con costura, zapato de tacón alto, pero fino, no como esos ordinarios, que hay ahora, de suela que parece un ladrillo, y sombrero, sí, uno de esos discretos, ajustado a la cabeza y aderezado con una pluma de faisán.

La mesa estaba reservada para las ocho de la tarde y lo primero que hicieron, una vez que él, caballerosamente, le ayudó a desembarazarse del abrigo, le acercó la silla para que se sentara, justo a la medida, y yo me hice cargo de sendos abrigos, paraguas y sombrero, fue mirarse a los ojos y sonreírse, en silencio. ¿A los señores les apetecerá tomar algo antes de encargar la cena?, les apetecía, ella pidió un pastís, receta original de Pernod Ricard con anís estrellado, anís verde y regaliz, añadiendo un toque de azúcar, él, más tradicional, se inclinó por un clásico, Martini seco, con ginebra, no con vodka, la noche prometía. Hablaban en voz baja, acariciándose con la mirada, se veía complicidad, los silencios se hacían mucho más elocuentes que las palabras.

La mesa estaba reservada para las ocho de la tarde y el cocinero, al que había hecho acudir más temprano que de costumbre, que había accedido refunfuñando, se trata de un encargo especial, una celebración, de acuerdo pero me tendrás que pagar horas extras, bueno ya hablaremos de eso, estaba empezando a impacientarse, tenía ganas de ponerse manos a la obra, es que venir para estar mano sobre mano es una tontería, tranquilo, déjales un rato, ahora les llevaré la carta. ¿A los señores les apetecerán unos entremeses para acompañar el final del aperitivo? Por supuesto ¿qué nos aconseja? Yo apostaría por unas cigalas en salsa bearnesa que están exquisitas, se miraron aprobando mutuamente la sugerencia, pero dígale al cocinero que añada una pizca de pimienta molida antes de dejar la bearnesa al baño maría, por favor, si señora, faltaría más.

La mesa estaba reservada para las ocho de la tarde, y a esa hora ellos fueron los únicos clientes, pero el tiempo había ido pasando, con lentitud, desgranándose los minutos como sin querer del racimo de las uvas, con todo el personal pendiente de ellos, de cómo se miraban, de cómo se hablaban, de cómo se rozaban las manos, mientras ellos también estaban pendientes tan sólo de ellos mismos, ajenos a cuánto les rodeaba, y poco a poco el local fue llenándose, al principio con un pequeño goteo que se iba convirtiendo en chorro según se acercaban las diez de la noche, hora mágica en la que el mundo, Gijón, decide que es el momento de cenar. Ellos seguían allí, con sus confidencias, sus palabras a medias, sus silencios enteros; a las cigalas, la bearnesa excelente, felicite al cocinero, de mil amores señora, le siguió una lubina al horno ¿será fresca?, naturalmente señora, pescada esta misma mañana, se lo aseguro ¿qué vino les apetecerá?, pues un blanco seco de pinot blanc, por ejemplo, excelente elección, señor.

La mesa estaba reservada para las ocho de la tarde, y no era normal que cerca de las 11 de la noche aún estuviera ocupada por los mismos comensales; se lo habían tomado con calma, todos, el personal y los clientes, no había prisa, ni motivo para tenerla. Ellos, los clientes, la pareja, estaban de celebración, se notaba, no les importaba hacer la digestión entre plato y plato, al contrario, cuánto más alargasen el momento más mágico les parecería; el personal se convirtió en cómplice, sin quererlo, sin proponérselo, pero deseando contribuir, fomentar esa magia que se palpaba alrededor de aquella mesa, ¿puedo sugerir un postre a los señores?, se lo ruego, usted dirá, creo que, si me lo permiten, la ocasión se merece un postre memorable como lo es, sin duda, nuestro napoleón con confit de manzana, les aseguro que servido con helado de mantecado constituye una experiencia difícil de olvidar, nos parece una sugerencia excelente pero tráiganos tan solo uno y lo compartiremos, si señora, por supuesto.

La mesa estaba reservada para la ocho de la tarde, cuando llamaron para reservar le habían pedido que, por favor les reservaran la mesa del rincón del fondo, que tenía un significado especial para ellos, que se trataba de una celebración muy íntima, que buscaban un momento único, por eso, en el momento de la despedida, les pregunté si todo había estado a su gusto, a la altura esperada, por supuesto que sí, todo excelente, de verdad, muchísimas gracias por su atención y la de todo el personal, y podrían decirme, si no es indiscreción, qué es lo que celebraban, naturalmente, mi esposo ha superado recientemente un infarto que le ha tenido cerca, muy cerca de la muerte.
Superar la muerte invita a festejar la vida.

A LA RESIDENCIA

(Concurso Relatos en Cadena, primera frase obligada)

     Y las azules, las del abuelo, colócalas en esa otra maleta, la pequeña.
     ¿Por qué se tienen que ir los abuelos, mamá? – la pequeña no pudo reprimir una lágrima culebreando mejilla abajo.
     No estés triste cariño – consoló la madre, enternecida – los abuelos estarán mucho mejor en la residencia, ya lo verás. Aquí ya no podemos atenderles bien y ellos necesitan muchos cuidados ahora.
     Pero mamá, nosotros les cuidamos bien porque les queremos mucho – seguía resistiendo la nieta de forma numantina.
     Claro mi cielo – la madre paciente – pero ya no tenemos tiempo suficiente.

     Mamá – al rato - ¿Por qué es más importante el tiempo que el cariño?

jueves, 7 de mayo de 2015

ES MEJOR PREVENIR

(Relato presentado al concurso de microrrelatos de la cadena SER, primera frase obligada)



El incómodo cadáver del mediador familiar sigue aquí, más a mi pesar que al suyo, inasequible al aliento. La incomodidad no procede del hipotético remordimiento o arrepentimiento por haber causado su muerte, que no es el caso; tampoco está motivada por su calificativo, mediador familiar, que igual podría haber sido agente de seguros o piloto de globo aerostático, no es eso. El problema surge, se agrava, es más, se agudiza cuándo pienso en los ciento veinte quilos en canal del finado. Quizá debería haberlo pensado antes.

LA LADRONA

(Relato preseleccionado en el IV Concurso de Microrrelatos Camilo José Cela)



El viajero está echado, boca arriba, sobre una chaise-longue forrada de cretona, profundamente dormido.  Ella le mira, atentamente, es observadora, está acostumbrada a sacar conclusiones rápidas, con un solo vistazo; mira hacia un lado y hacia otro, no la ve nadie, el vestíbulo de la estación está vacío, tampoco hay cámaras, sería una cosa rápida, nadie la había visto entrar, fácil, limpio.
A simple vista el golpe va a resultar muy rentable, un buen reloj, de los que tienen fácil salida, una pulsera de oro en la otra muñeca, se observa una abultada cartera en el bolsillo interior de la chaqueta, por donde también asoma el capuchón dorado de una estilográfica, seguramente que también es buena. Todo eso no le llevará más de treinta segundos, cuarenta a lo sumo; y eso sin contar con la bolsa de viaje que está en el suelo, a su lado, se la ve antigua, de cuero repujado, no son frecuentes hoy día.
Vuelve a revisar la situación, mira hacia un lado, hacia otro, baja la cabeza y tira de las correas que lleva enrolladas en la muñeca, donde van amarrados los siete perros que pasea cada mañana. - ¡Venga, vamos, que se nos hace tarde!

lunes, 4 de mayo de 2015

CALCETINES DE LANA

(Relato seleccionado en el VI Certamen de Microrrelatos ARVIKIS-DRAGONFLY para publicación de libro con los cuarenta seleccionados, por Ediciones Cardeñoso)



Aquel día no parecía diferenciarse de cualquier otro y, sin embargo, por algún motivo que no acertaba a discernir, me sentía extraño. Todo estaba en su sitio, funcionando correctamente, igual que otros días. Los microprocesadores tenían batería para aguantar el trajín diario sin problema; hacía frío, si, pero los calentadores incorporados en guantes, sombrero y calcetines estaban cumpliendo su función; comprobé el dial de la temperatura programada en mi reloj de pulsera,… ¿mi reloj de pulsera? ¿Dónde tengo mi reloj?,… ¡ah!, que tonto, no me acordaba, el día anterior me había comprado las nuevas gafas de control total y había reprogramado todas las funciones de mi antiguo, de mi obsoleto reloj de pulsera, a un leve golpe, una caricia en el lateral de mi gafa.
De súbito un estruendoso timbrazo me sobresaltó; pegué un salto en la cama, le di un manotazo al despertador de campana y me di cuenta que aún estábamos en 1960.
Los calcetines seguían siendo de lana normal y corriente.