Este
suceso que les voy a relatar ocurrió durante la campaña electoral de las
elecciones municipales que finaliza precisamente hoy.
Me
encontraba en una pequeña ciudad tirando a mediana, capital de provincia, sin
otra cosa mejor que hacer que pasear, casualmente, cerca de la plaza de toros,
donde varios operarios de una caravana electoral se encontraban descargando el
instrumental necesario para el mitin que esa misma tarde noche tendría lugar en
el recinto.
A
falta de mejor entretenimiento entré en la plaza para ver cómo iba tomando
forma, la decoraban, la disfrazaban para adaptarla a la imagen que el partido
quería ofrecer a sus seguidores. Por un momento me quise sentir como si fuera
un jubilado viendo como un grupo de obreros trabajan en una obra de una calle
cualquiera.
Poco
a poco el escenario fue incorporándose, las banderas y pancartas se distribuían
por el recinto, los equipos de sonido con cientos de metros de cable se
desparramaban aquí y allá, se trabajaba con diligencia, con profesionalidad,
cada hombre sabía lo que tenía que hacer y cuándo hacerlo. Uno de los técnicos
de sonido dijo, dirigiéndose a los guardias de seguridad, que necesitaba una
persona que hablase por el micrófono mientras probaban la correcta ubicación de
los amplificadores, así que uno de ellos, el que parecía más joven, se subió al
escenario, cogió el micrófono y comenzó a hablar más o menos así:
“Señoras, señores, buenas tardes y bienvenidos. Ante todo quisiera darles las gracias por decidir dedicarme su tiempo,
espero que cuando esto termine no lo consideren perdido”
Este
inicio fue suficiente para que dejase de preocuparme por el hombre que estaba
haciendo equilibrios en el tejado colgando una de las pancartas y le prestase
toda mi atención al guardia que, un poco tenso, permanecía rígido en el centro
del escenario.
“Como seguramente no se les escapa,
estamos ante uno de los acontecimientos más relevantes de nuestra ciudad, unas
elecciones municipales que decidirán quién queremos que se encargue de
gestionar nuestra vida pública en los próximos cuatro años. Por lo tanto me van
a permitir que no les hable hoy del aumento o disminución de los presupuestos
generales del estado, ni de su redistribución; tampoco les voy a hablar, si no
les parece mal, de la subida o bajada del IVA, del impuesto de sucesiones o del
de actos jurídicos documentados; estarán de acuerdo conmigo en que todos esos
asuntos, y muchos otros similares, con ser realmente importantes, no deben ser
motivo de disquisición en este foro, ni la corporación municipal tendrá mucho
que hacer o decir al respecto”.
El
orador había ido ganando confianza con el entorno, moviéndose de uno a otro lado
del escenario micrófono en mano mientras, con la mano libre comenzaba a
accionar tímidamente. Los operarios que trabajaban bajo el escenario, los
técnicos de sonido, los funambulistas de las banderas, sus propios compañeros
de seguridad, todos, poco a poco habían ido cesando en su actividad, volviendo
su atención hacia el conferenciante. Uno de los técnicos de sonido, el que
había solicitado su intervención, se levantó diciendo “bueno, creo que ya está bien…”, no pudo continuar, sus propios
compañeros le retuvieron instándole al silencio, “cállate, déjale que siga”. El segurata, que se había desprendido
de la gorra del uniforme, se aflojó la corbata, se acercó al borde del
escenario y se sentó dejando que las piernas le colgasen, siguió hablando, más
íntimo, inclinándose hacia adelante.
“De
lo que en realidad quiero hablarles hoy es precisamente de nuestro
pueblo, de nuestra ciudad, de las cosas que nos preocupan en el día a día, de
los problemas que se nos presentan y de cómo podemos solucionarlos, no yo, o la
persona que resulte elegida, sino entre todos, aportando cada uno lo mejor de
nosotros para que todos nos beneficiemos. Sí, quiero hablarles de los atascos
del tráfico en las horas punta que se suceden un día sí y otro también; de cómo
podemos organizar o programar los semáforos para que ese tráfico sea más fluido;
de cómo podemos optimizar, mejorar y ampliar la red de transporte público para
que la mayoría de nosotros nos convenzamos de que utilizar nuestro coche no es
la mejor opción, ni la más barata, ni la menos contaminante; de cómo podríamos
hacer que ese transporte público llegue a todos los barrios por igual, por
igual de bien quiero decir, no como ahora que llegan igual de mal, no, igual de
bien de frecuencias, de horarios, de calidad de los coches, buses, trenes,
igual de bien de limpieza o de vigilancia en los transportes; de cómo podríamos
racionalizar el servicio de recogida de basuras para evitar que nuestras calles
huelan mal y estén sucias, conjugando la periodicidad con el horario para no
entorpecer el tráfico por el día con los camiones por las calles, ni el descanso
nocturno de la gente que trabaja con el ruido por las noches; de cómo podemos
promocionar nuestra ciudad y sus espacios culturales para conseguir atraer
congresos, exposiciones, eventos que la conviertan en un destino habitual en
los circuitos de turismo cultural y deportivo; para eso tendremos que disponer
de una atractiva red de restauración en todos los niveles, desde el hotel de
cinco estrellas a la pequeña taberna de barrio, por lo que desde el
ayuntamiento habrá que facilitar y abaratar la obtención de licencias
municipales para que los establecimientos actuales puedan hacer las reformas
necesarias que les aporte un plus de atractivo, o para que se abran nuevos
establecimientos que amplíen la oferta”.
No
me había dado cuenta de tan absorto que estaba, pero poco a poco, por las
distintas puertas de la plaza, había ido
entrando gente que, desde la calle, atraídos por el volumen del sonido y lo que
allí se estaba diciendo, no querían perdérselo. Se habían ido aproximando al
escenario, rodeando el punto donde el guardia, que ahora se incorporaba
nuevamente, seguía hablando levantando varios semitonos la intensidad de la
voz.
“De cómo se puede llevar a cabo, de
forma permanente, la operación asfalto o, por decirlo de otra forma, que no exista
tal operación asfalto sino que permanentemente nos vayamos ocupando de reparar
y mejorar las aceras y el asfalto de las calles a medida que se detectan los
defectos, sin necesidad de esperar a que una vez al año estrangulemos la ciudad
con varias obras a la vez por todas partes; de cómo sería posible hacer más
atractiva nuestra ciudad dotándola de más parques, mejorando los que tenemos,
cuidándolos con regularidad, segando cuando es necesario, podando en su tiempo
para evitar accidentes; de cómo hacer más habitable y sostenible la convivencia
entre coches, peatones y bicicletas, aumentando el número de kilómetros de
carriles bici; de la transparencia que debe regir en todos los concursos
municipales donde se decida cualquier tipo de concesión o contrato para no
dar margen alguno a la existencia de gestoras intermediarias que favorezcan o
incluso garanticen el éxito a cambio de sustanciosas comisiones; de cómo debe
de ser la actuación de la policía municipal para que, en su presencia, nos
podamos sentir aliviados en lugar de sentirnos acosados”.
A
estas alturas el albero de la plaza estaba atestado de gente y las gradas
empezaban a poblarse de curiosos. El guardia se aproximó al extremo del
escenario y se quedó mirando fijamente a la multitud, silencioso; lentamente
levantó su mano libre con el dedo índice extendido y habló nuevamente.
“Pero no, no vengo a prometeros nada,
absolutamente nada de todo lo que he dicho, porque no estoy en condiciones de
prometer lo que no sé si podré cumplir. Lo que sí me siento capaz de deciros es
que creo firmemente en todo ello, que eso es lo que quiero para mi ciudad y que
si me lo permitís, voy a luchar a muerte por conseguirlo; y voy a luchar
también para que todos vosotros os sintáis partícipes de lo que hagamos,
haciéndoos llegar todas las decisiones que se tomen así como los motivos que
nos inducen a tomarlas; para ello nos tenemos que acercar a los vecinos,
tenemos que ser accesibles, por eso, quiero comprometerme a situar en cada
calle, en cada barrio, una persona de vuestra confianza, cercana, un vecino
elegido por vosotros mismos que se encargue de recoger todas las inquietudes,
todas las quejas, todas las reclamaciones y sugerencias que se os ocurran, que
queráis aportar, de palabra o por escrito, con la seguridad de que todas serán
estudiadas y atendidas, o desatendidas si no procedieran, pero que todas se
contestarán, porque ese vecino, ese representante, tendrá que ganarse también
vuestro respaldo y vuestro respeto. También estoy en
condiciones de prometer, esto sí, que en caso de resultar elegido no me
presentaré a la reelección dentro de cuatro años, porque estoy completamente
seguro que entre todos nosotros hay muchos, muchísimos, que tendrán ideas
estupendas que llevar a cabo y tantas ganas como yo de trabajar para hacerlas
viables. Todos tenemos el derecho y la obligación de luchar por una ciudad
mejor, de querer hacer de nuestra ciudad, un buen sitio donde vivir.”
Se
quedó allí, de pie, la cabeza baja, mirando hacia el suelo, los brazos
extendidos a lo largo del cuerpo, aparentemente exhausto. Durante unos segundos
no se oyó nada en la plaza, tan solo el graznido de unos pájaros que pasaban
revoloteando en aquel momento; de repente, desde uno de los pisos superiores de
la grada empezó a resonar un aplauso, pausado, una palmada, otra, después otra
más, a este primer aplaudidor se le unieron algunos más, y al poco la plaza
entera explotó repentina, simultánea, atronadora, en una ovación como no se
recordaba en las mejores tardes de toros. Nadie salía de su asombro, por fin
alguien hablaba de las cosas que la gente necesita saber, hablaba sobre lo que
de verdad importa. Desgraciadamente tan solo se trataba de una prueba de
sonido, pero sonaba tan bien…
Este
suceso que les acabo de narrar, al contrario de lo que les decía al comienzo,
no ha sucedido. Pero hubiera sido bonito.