—
Padre, llevo horas en esta posición, ¿aún
falta mucho?
—
¡No seas quejica! Ya no eres ningún niño.
—
Pero es que estoy muy cansado y además, me
están esperando mis amigos para ir a cazar.
—
¡Vamos, vamos, ya estamos acabando! Yo a tu
edad ya estaba enrolado en la legión como asistente, eso sí que era duro y no
lo que tú estás haciendo.
—
Si, padre; sabes que respeto profundamente tu
historia, pero es incómodo que me compares constantemente contigo. La vida es
ahora mucho más sencilla, más tranquila y más civilizada que en tu juventud.
Reconócelo, a ti te ha tocado vivir una época difícil y, sí, tiene mucho mérito
que hayas sobrevivido, pero yo no tengo la culpa haber nacido en otra época
distinta y de querer disfrutarla.
—
Debo reconocer que tienes razón, hijo; todo
lo que dices tiene mucha lógica y, además, me recuerda en gran medida las
conversaciones que tenía con tu abuelo
cuando y tenía tu edad. Supongo que es un defecto que se adquiere con los años,
el tópico de que cualquier tiempo pasado fue mejor, o el resentimiento con el
mundo por la juventud perdida; no sé, quizá se trate de una combinación de
todas estas cosas, aunque la explicación que más me convence es la de la
proximidad de la muerte.
—
¿Qué dices? ¿Acaso estás enfermo? ¿Te vas a
morir?
—
No, tranquilo. Claro que me voy a morir, como
todo el mundo, pero no, no estoy enfermo, no me pasa nada. Simplemente estaba
reflexionando en voz alta que, seamos sinceros, ya voy siendo mayor por lo que
mi fin no debe de estar muy lejano y, ¿sabes una cosa?, me obsesiona la idea de
que en pocos años mi paso por el mundo se haya olvidado porque no he hecho nada
especial por lo que deba ser recordado en la posteridad. Por eso me he hecho
escultor, porque me gustaría que alguna de mis obras me perdurase.
—
¡Padre, por favor, no divagues!, ¡estoy muy
cansado!
—
Cállate hijo, no seas desagradecido. Lo que
estoy haciendo es aún mucho mejor que todo lo que he hecho hasta ahora, y no
solo por la escultura. A mí se me recordará como escultor, pero a ti se te
recordará porque tu rostro y tu cuerpo encarnarán nada más y nada menos que al
dios sol del Mitrhas Tauroctono y ¡por favor, te agradecería que dejaras de
tocarte constantemente el gorro frigio!, ¡se supone que estás degollando a un
toro!
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