viernes, 28 de agosto de 2015

EL FRANCÉS DEL PARAPENTE



El matrimonio no iba bien. Era una necedad no reconocerlo. Procuraba no pensar en ello porque le deprimía, al fin y al cabo las cosas pasan tal y como vienen, sin pensar en ellas, de una situación se pasa a otra, se van tomando decisiones, unas malas, otras peores, o no, el caso es que cuando te paras a pensarlo, en el momento en que te sacas una foto introspectiva, es cuando te das cuenta de que hay algo que no va como debiera.
A sus cuarenta y tres años, Jacques estaba en ese momento de la vida en el que sabes que ya has conseguido todo lo que puedes alcanzar, que tus próximos horizontes no están mirando hacia arriba, sino en la cuesta descendente. Una situación en la que aprendes, por fuerza, que los éxitos por los que podrás sonreír en el futuro ya no serán tuyos, serán de tus hijos. Laboralmente llevaba ocupando desde hacía cuatro años el puesto de jefe de contabilidad del espacio turístico Petit Train d´ Artouste, grupo financiero que controlaba las estacione de esquí del Parque Nacional de los Pirineos, sino todas las correspondientes a la región Ossau-Pyrenees incluido, por supuesto el Club Parapente de Artouste. Era un buen trabajo, bien remunerado, responsabilidad, reconocimiento, en fin, estaba contento; pero sabía que llegaría a la edad de jubilación haciendo exactamente lo mismo que estaba haciendo ahora.
Por lo que respecta a su vida personal, o mejor dicho familiar, durante varios años se había sentido henchido de orgullo de su mujer y sus hijos, pro a estas alturas se había cansado de tanto orgullo. Sus hijos eran unos adolescentes de doce y catorce años con los que la comunicación se había vuelto imposible, por no decir insoportable; en realidad no había tenido tiempo para verles crecer y hacerse personas, o casi personas, y ahora eran tan solo unos desconocidos parásitos que vivían en su casa. En cuanto a su mujer, recordaba que en tiempos había sido atenta, solícita, cariñosa, además de brillante conversadora y usufructuaria de un cuerpo de escándalo. No sabía ni cómo ni cuándo había pasado, pero no quedaba nada de todo eso, o él no lo veía, o no sabía verlo, o no quería, …, o no la quería.
Vivía bien, económicamente hablando. Clase media acomodada, casa propia, una bonita casa con jardín a orillas del Lac de Fabreges, sin hipoteca, dos coches, un BMW todoterreno y un Citroën C-5 que llevaba Loraine, sus hijos acudían al mejor colegio privado al sur de Pau, tenía gustos caros, que podía permitirse, y pasión por el esquí y el parapente; lo tenía todo para considerarse un triunfador, hasta tenía a Teresa.
Teresa era una española a la que sacaba veinte años y que vivía al otro lado de la frontera, cerca. La había conocido tres meses antes, al final de la temporada de esquí, y desde el primer momento se había constituido en una auténtica obsesión. Fue una sorpresa comprobar que a sus años aún era capaz de atraer a una mujer como Teresa, inteligente, alta, guapa, más que eso, atractiva y ardiente, sobre todo ardiente. Hubo química desde el primer momento, eso fue un par de horas después de haber sido presentados, en los lavabos de señoras de la planta baja del edificio central de la estación de esquí de Nevasport. No buscaba en ella más que diversión, aventura, se sentía halagado. No pensaba que pudiera haber un futuro en la relación, quizá tampoco lo deseara, podría ser una complicación, pero le encantaba la sensación que sentía y, mientras durase, no quería renunciar a ella. Sin darle más vueltas, sin pararse a pensarlo.
Para Jacques ésto no suponía ningún problema, ¿por qué habría que parar a pensar en nada?, no señor, es una equivocación. Las cosas hay que pensarlas cuando se van a tomar las decisiones. Una vez tomadas lo que hay que hacer es asumir las consecuencias y tirar hacia delante, lo demás es una pérdida de tiempo. ¡Reflexionar, dicen algunos!, extraer consecuencias de los errores cometidos, analizar los motivos por los que los hechos no han sucedido como habíamos previsto. Jacques opinaba que todo esto no es más que una sarta de estupideces, una especie de “que hubiera sido de mi vida si…”, una añoranza melindrosa y lloriqueante de un pasado hipotético que tampoco garantizaba un presente distinto ni un futuro mejor.
Tampoco se paraba a analizar el motivo o motivos por los que la relación con su esposa había entrado en franca decadencia; simplemente era así y punto. Además, estas cosas pasan habitualmente ¿no?, después de quince años casados y tres de noviazgo las cosas ya no son iguales, y quien diga lo contrario miente; ya no miras de igual forma a tu mujer, ni tu mujer te mira como si aún estuvierais en la luna de miel, la rutina se superpone a la pasión, los problemas minan el respeto mutuo, además están los niños, que siempre son una fuente de discusiones y, en muchos casos, origen de distanciamientos.
Pero ¿qué importa?, pensó Jacques, las cosas son como son y no voy a hacer nada por cambiarlas, además, tampoco estoy tan incómodo con la situación, no pienso en separarme ni mucho menos, aunque Loraine me haya lanzado últimamente alguna indirecta; quizá sospeche algo, a pesar de que pongo todo mi empeño en tomar precauciones. Llevo haciendo parapente los sábados desde hace un montón de años, por lo que no creo que levante sospechas el que me vaya al club Parapente de Artouste siempre, a primera hora; aunque sé que ha llamado en más de una ocasión para comprobar si tengo el coche aparcado en el club, y si he ido, y si he salido a volar. Lo único que he cambiado desde hace tres meses es la ruta que tomo, ahora siempre al sur, cruzando la frontera, para llegar a Sallent de Gállego, ver a Teresa, pasarme unas horas con ella y volver a la tarde, ¿quién puede sospechar?, es un plan perfecto. Cuando se acabe el verano y llegue el mal tiempo tendré que pesar en otra cosa, pero de momento…
Heraldo de Aragón.- 30 de Junio de 2015.-
La Guardia Civil rescató ayer a un parapentista francés que fue hallado inconsciente cerca de Sallent de Gállego. Una persona encontró al hombre inconsciente a las 18:45 en el paraje de Rials, que se usa tanto para despegue como para aterrizaje. Acudió la Guardia Civil, así como bomberos del parque de Ribagorza Norte.

Y SE LIARON (Relato con banda sonora)



Sus amigos no dejaban de insistir para que no se dejase liar, “sólo es un rollo de fin de concierto” le decían. Pero él, ellos, siguieron adelante con el lio.
Hace al menos cuarenta años de eso. El tiempo y un glaucoma hereditario apagaron la luz de sus ojos de gata pero, de vez en cuando sacan el vinilo y vuelven a bailar muy pegados el uno al otro.
   ¿Te apetece que nos enrollemos? – le susurra provocador acercándose mucho a su oreja.
   ¿Crees que aún serías capaz? – responde ella con ese mohín en la sonrisa que le encloquece.
https://www.youtube.com/watch?v=rUYf7cGv-6g

miércoles, 12 de agosto de 2015

URGENCIA INOPORTUNA

Desde siempre mi natural, imaginativo y aventurero, así como la atávica cultura de costa cantábrica, de la que provengo, me habían llevado a fantasear historias de mar, de viajes, de peligros. El hecho de que autores como  Melville, Verne o Stevenson se contasen entre los que moldearon mi afición a la lectura, estoy seguro que también influyó lo suyo.
El caso es que, aunque ya adulto, este viaje estaba colmando todas mis ilusiones infantiles; llenando de realidad lo que hasta entonces tan sólo había sido imaginación. No lo dudé ni por un momento; cuando mis padres comentaron la posibilidad de hacer un viaje por Argentina para celebrar sus bodas de plata, mi respuesta fue inmediata: ¡Me apunto!
Y aquí estoy, por fin, embarcado en un pequeño pesquero de Puerto Madryn, reconvertido, el barco en reclamo turístico para el avistamiento de ballenas, y yo en improvisado Capitán Ahab oteando ansioso todos los confines del océano.
Aparece, por fin, cual leviatán, una enorme ballena con su cría, rondándole, arriba y abajo; mi particular Moby Dick, aunque no era blanca; es igual, me vale. Pasa por debajo del barco, emerge y desaparece después de dejarnos en la retina unos segundos impagables de su cola extendida contra el azul del mar y el dorado del sol…
De repente sucede, ¡no me lo puedo creer!, un traicionero, enorme e irrefrenable retorcijón de intestinos me hacen huir, pálido, doblado, presuroso, urgente, muy urgente, a la búsqueda de un cuarto de baño.

Cuando conseguí salir nuevamente al aire libre ya estábamos en el puerto, de vuelta.

DEBILIDAD

Tenía el pelo suelto, a lo largo de la espalda, como miel desparramada. Al combarse, al final de la espalda, la luz le jugaba una mala pasada a sus ojos; si los cerraba, los ojos, casi podía tocarla, sentir su tacto a lo largo de su cuerpo perfecto, con una suavidad que le erizaba. Si, definitivamente era su debilidad. Al viejo juguetero siempre le había gustado más la Barbie que la Nancy.

CALOR (Relato con banda sonora)




martes, 4 de agosto de 2015

EL MUNDO DE ALICIA



Hace unos días me pasó una cosa realmente curiosa. Mi hija me pidió que me encargase de  Alicia, mi nieta, ya que ella como digna representante de la generación actual de madres trabajadoras, responsables del hogar, los hijos, etc., tenía cosas que hacer y la guardería ese día estaba cerrada. Por supuesto, mi apretada agenda jubilar me permite este tipo de imprevistos que, por otra parte me entusiasman.
Así que, ni corto ni perezoso la vestí con un pantalón vaquero, el jersey fucsia que le encanta, la abrigué con el anorak, el gorro y los guantes y nos fuimos a pasear por el parque.
Alicia es una niña de poco más de dos años, lista, cariñosa, simpática, con un pelo ondulado de un color miel de alforfón, oscuro y sedoso y unos ojos entre azules y grises con una mirada limpia, cristalina; unos ojos que no dicen nada y lo sugieren todo. Por lo demás, Alicia parlotea sin cesar con esa media lengua de trapo que, salvo su madre, nadie entiende pero que todo el mundo celebra.
Después de un pequeño paseo le apeteció meterse en un arenero de esos en los que los niños se rebozan en condiciones y las madres sufren como las hemorroides, en silencio, pensando en que tendrán que sacudir muy bien toda la ropa antes de meterla en la lavadora. Y allí fue donde sucedió lo inaudito. Se juntó con otros dos niños de su edad aproximadamente y empezaron con su parloteo. Yo estaba sentado en un banco, justo al lado, ojeando el periódico cuando oigo que uno de los niños dice de forma clara e inteligible:
-          ¿Te has enterado Alicia? Ha habido otro intento masivo de saltar la valla en Melilla.
-          ¿Otra vez? – contestó Alicia – Esto es increíble. Me parece una estupidez que nadie ponga vallas en ningún sitio. Cada uno que vaya donde quiera.
Mi cara era de auténtico estupor. No daba crédito a mis oídos; sin embargo miré hacía un lado y hacía otro, y la gente que estaba cerca seguía a lo suyo, como si no estuviera pasando algo extraordinario.
-          Pues a mí – intervino el tercero – lo que me parece demencial es lo de las pateras.
-          Es que yo lo veo muy claro – volvió a terciar Alicia – Nadie querría irse de su casa si estuviera a gusto en ella. Si se quieren ir es que están muy mal y pasan hambre y tienen guerras y enfermedades. Bueno, pues habrá que ayudarles para que estén bien y puedan ser felices sin necesidad de que se tengan que ir otro sitio.
-          ¿Y por qué no les ayudan, Alicia? – Inquirió el primero.
-          Pues no lo sé Dani, pero a lo mejor es que no lo han pedido. Cuando se pide ayuda, siempre se da, ¿verdad que sí, Arturo?, ¿verdad que si yo te pido ayuda tú me la darías?
-          ¡Pues claro! – respondió el aludido – mi papá dice que hay que ayudar a todo el mundo que lo necesite.
-          ¡Ya lo tengo! – dijo Alicia levantando la voz, casi gritando – Vamos a decirle a nuestros papás que les digan a los señores que salen en los telediarios que tienen que ayudar a que la gente de esos países estén contentos, y así se darán cuenta.
-          ¡Si, si, eso! – jalearon al unísono Dani y Arturo.
Yo seguía sin salir de mi asombro; las gafas se me resbalaban por el puente de la nariz hasta quedar en un imposible equilibrio gepetiano, los ojos se me salían de las órbitas y en mi boca abierta podría haber anidado hasta una familia de golondrinas; pero ellos seguían a lo suyo.
-          Pero ahora que estoy pensando – oí decir a Alicia – no sé si eso resultará, porque a veces veo gente sentada en el suelo, o a la entrada del super que están pidiendo ayuda y no veo que nadie les ayude.
-          Mira, Alicia, - respondió Arturo – yo creo que lo mejor es que escribamos a los Reyes Magos. Al fin y al cabo son magos ¿no?, seguro que pueden hacer algo.
-          O si no a Pocoyó – terció Dani – él siempre lo arregla todo.
Alicia se quedó pensativa un rato, metiendo su manita en la arena, levantando un puñado y dejado que se escurriera entre los dedos; al cabo de unos instantes sentenció´:
-          Me temo que no. Pocoyó nunca está cuando se le necesita y además se pasa el día riendo, cantando y bailando. No nos vale. Y lo de los Reyes Magos tampoco me parece que pueda valer, porque mi papá dice que los Reyes son portadores de ilusiones, de magia, de fe en las cosas buenas de la gente; y a mí me parece, cuando les miro a los ojos, que lo que necesitan es algo más que ilusión o fe. Aunque a lo mejor un poco de magia les vendría bastante bien.
En estas estábamos cuando de repente noté que me zarandeaban por el hombro – Papá, papá, despierta que me tengo que ir y Alicia ya se ha levantado.
Cuando me recuperé del susto y me froté los ojos vi que Alicia me miraba, sentada en el suelo, haciendo una torre con piezas de plástico, sonriéndome, picarona, con esos ojos entre azules y grises de mirada limpia, cristalina; unos ojos que no dicen nada y lo sugieren todo…..