Era
insoportable. Nos estábamos pasando el verano de ola en ola de calor. Mi mujer
cabeceaba encima de un libro mientras que el perro, en fase rem, parecía
recordar la gresca que había tenido con el terrier de la vecina del segundo.
Miré por la ventana como la tarde se perdía allá, por el horizonte, llevándose
consigo cualquier atisbo de brisa, dejando tan solo negrura densa, bochornosa.
Me acerqué a la nevera; un trozo de pizza de hacía un par de días me saludó con
los picos revirados hacia el techo. Me da igual, pensé, la prefiero fría.
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