¡Pues
faltaría más! Naturalmente que nos representan, ¿o es que acaso somos tontos
todos los españoles?, y digo todos, no me dejo ni a uno fuera; ni siquiera a
los que no votan, bien sea porque se consideran antisistema, o por indiferencia,
o porque ese día estaban de boda. Esos impresentables que son incapaces de
ponerse de acuerdo en qué es lo mejor para nuestro país, todos, del primero al
último de los trescientos cincuenta diputados, son la justa representación de
lo que nos merecemos los españoles. Un país, como bien acostumbra a decir Pérez
Reverte, de cainitas ingobernables que, a pesar de algunas nobles voces que se
alzan inconformes, dan por bueno, es más, apoyan con fiereza, el taimado
recurso de esos líderes de pacotilla que riegan a su alrededor todo atisbo de
culpa, cualquier sombra del mal. Sin ningún pudor, si vergüenza alguna. Un país
de tuertos mal mirados, cargados de vigas, que aojan sin miramientos al vecino
cegado por la paja.
¿Merecemos
la tristeza de líderes que nos han tocado en suerte?, ¿son dignos
representantes de un pueblo incapaz de hacerse entender mediante el diálogo, la
razón y la consecución del bien común? Sí, sin duda alguna.
¡Votemos
pues! ¿Qué más nos puede pasar?