— Esa
es Luisa. Lleva aquí doce años, es agradable, amable, pero siempre está sola;
nunca habla con nadie, contesta, sonríe, pero no conversa. Tampoco recibe
visitas; nadie en la casa recuerda que haya venido nunca nadie a verla, ni que
haya recibido correspondencia; nada, ninguna relación con el mundo. Como si no
hubiera tenido jamás una vida anterior a ésto.
Era
mi primer día en la Residencia. Había conseguido el trabajo después de una dura
pugna con otros candidatos en el proceso de selección. Por fin había conseguido
mi primer trabajo remunerado como psicólogo, siete años después de haber
acabado la carrera, una fiesta. El jefe de personal me acompañaba presentándome
al resto de técnicos, enseñándome las instalaciones, comentándome algunos
chismes sobre los residentes con los que nos cruzábamos.
Al
día siguiente, primero efectivo de trabajo, busqué y me hice el encontradizo
con Luisa. Ni que decir tiene que me habían intrigado los comentarios del jefe
de personal, por lo que me había pasado la noche desempolvando los apuntes de
la carrera sobre gerontopsicología, buscando posibles terapias para el
tratamiento de la depresión en ancianos; el diagnóstico prematuro es un mal
común a todos los novatos.
La
encontré en el jardín, sentada en un banco a la sombra de un árbol, bucólico y
acogedor, no lo hubiera escogido mejor. Esperaba un rechazo frontal a la
conversación, sin embargo me acogió con una agradable sonrisa y una aguda
mirada, taladrante. Comencé la conversación con evasivas típicas, que buen
tiempo hace, que agradable lugar, como tan sola por aquí,…Pero Luisa fue
directamente al grano.
— Mire
joven, se perfectamente quién es usted y la labor que va a desempeñar; y me
puedo imaginar, sin temor a equivocarme, que tipo de comentarios le habrán
hecho sobre mí, por lo que le ruego que no se ande con rodeos.
Se
sonrió con una mirada mucho más acogedora ante la cara de sorpresa que se me
puso y el calor que inundaba mis mejillas.
— No,
por favor, no crea que… - balbuceé – yo tan solo quería…, en fin, simplemente
se trata…
— Vamos,
vamos, no se justifique. Está haciendo su trabajo y seguro que sabe hacerlo
bien. ¿Qué le preocupa?, ¿qué le han contado?
De
buenas a primeras me había percatado que Luisa no era el prototipo de anciano
inactivo y aislado que se vuelve menos capaz socialmente, presentando un mayor
riesgo psicopatológico de problemas interpersonales y emocionales, activadores
del deterioro cognitivo y especialmente de la depresión, no. Me había desarmado
de un plumazo todas las alternativas que había estado manejando.
— Pues
bien, Luisa. Me han dicho que habitualmente le gusta aislarse, que no suele
relacionarse con otros residentes, que no recibe visitas, ni correspondencia –
le dije utilizando un tono de voz bajo, claro, cariñoso, mirándole fijamente a
los ojos, sonriendo.
— Vaya,
vaya, ¿y eso le preocupa? – preguntó con una carcajada – Mire querido,
efectivamente me gusta estar sola, que no es lo mismo que aislarme, no se
confunda; no me aíslo, todo lo contrario, estoy muy centrada, concentrada más
bien, en todo lo que me rodea, y me afecta, y pienso en ello. Por otra parte,
sí, no suelo relacionarme con otros residentes, pero no les rehúyo; y no, no
recibo visitas ni correspondencia porque, desgraciadamente ya no queda nadie
que pueda venir a visitarme, o escribirme. Pero no, no saque conclusiones
anticipadas; esta falta de lazos familiares no me genera una especial fuente de
tristeza, ni una pérdida de interés en la vida, ni tan siquiera una incapacidad
para disfrutar con las cosas que generalmente dan satisfacción. Tampoco, a
pesar de mis más de noventa años y varios achaques, tengo una sensación de
fatiga o cansancio más allá de lo que pudiera ser normal. Ni por asomo me falta
el apetito; duermo de maravilla, toda la noche de un tirón, que hace que por
las mañanas me levante descansada y relajada; es difícil verme irritable o de
mal humor. Me considero una persona muy capaz, a pesar de mis limitaciones, y
tengo una gran confianza en mí misma y en mis habilidades. Por último puedo
asegurarle que no tengo ningún sentimiento de culpabilidad por nada de lo que
haya podido hacer, o dejado de hacer en mi vida; claro que me arrepiento de
muchas cosas, pero todo lo que hice, en cada momento, fue fruto de la
reflexión; si me arrepiento es únicamente porque los resultados, en ocasiones,
no siempre fueron los deseados. Todo lo cual no me produce ningún pensamiento
suicida. Estoy contenta de estar viva y espero estarlo aún durante muchos años.
Quiero creer que esta perorata haya contestado todas las preguntas que tenía
pensadas y, sí, efectivamente, he leído mucho en mi vida, algún manual de
psicología incluido.
No
es que me dejase sin palabras, se supone que debo de tener las tablas y el
conocimiento suficientes como para afrontar este tipo de situaciones pero,
desde luego, me dejó sin argumentos. Estaba orgulloso de la táctica que había diseñado
para el acercamiento a esta mujer, una estrategia basada en una mezcla de las
teorías sistémica y constructivista, que me había parecido un verdadero ingenio
de psicodiseño y que ya estaba destinando a mi papelera de reciclaje interna.
— Ya,
Luisa, todo eso está muy bien, se sabe usted la teoría, pero no parece que
domine la práctica cuando voluntariamente se aparta del resto. Veo que mantiene
una agudeza y una rapidez mental envidiables, sin embargo me pregunto si sería
capaz de aplicarlas a la realidad del mundo actual; en el hipotético caso,
claro, que su aislamiento, perdón, soledad, no le impida estar al corriente
- traté de estimular, de pinchar un poco
más hondo. Estaba, inesperadamente, ante una interlocutora muy difícil de
encasillar o que, posiblemente no precisara encasillamiento alguno; también se
me iba al traste una posible terapia de validación.
— Vamos
a ver, joven, ¿Cómo se llama? Ah, Manuel – leyó en la placa de mi bata – mire
Manuel, desde siempre he sido una persona activa, intelectualmente hablando,
ávida por saber lo que pasa a mi alrededor y, por supuesto influenciable. Con
los años he ido aprendiendo a pensar, a reflexionar, a interiorizar todos los
estímulos, noticias, avatares que recibo. A darles vueltas y, por supuesto a
sacar mis propias conclusiones que, equivocadas o no, son las mías, las que me
valen, las que asumo y me refuerzan. Estoy al tanto de la realidad, por
supuesto, pero no indago excesivamente sobre ellas o, al menos, no en el
sentido de dejarme bombardear por diferentes medios de distintas tendencias. Ya
soy muy mayor y, por eso, puedo asegurarle que estamos en una época increíble,
la era de la información, la llaman. Nunca ha habido tanta información como
ahora, cierto, pero también le digo que nunca ha habido menos reflexión que
ahora. En la actualidad nos venden la información, pero en realidad lo que nos
tratan de vender son las ideas, las tendencias; es notorio las diferencias existentes
en una misma noticia ofrecida por periódicos de distinta índole. No quieren que
la gente esté informada, les trae al pairo, lo que quieren es vender una idea,
quieren ser los gurús del sistema, quieren seguidores, fanáticos (aunque lo
llamen fans), quieren poder, quieren éxito ¿a cambio de qué? ¿de qué la gente
esté más informada?, no, de que la gente sepa lo que ellos quieren que sepan.
Por eso me paso tanto tiempo sola, porque estoy pensando, analizando cada
noticia que recibo, cada estímulo. Estoy llegando a mis propias conclusiones,
procurando ser objetiva, sin injerencias, influencias, intoxicaciones mentales;
como soy mayor, esto me lleva mucho tiempo.
— Pero
los intercambios de opinión, los debates, las conversaciones suelen ser
enriquecedoras; nos hacen ver las cosas de otra forma, desde otro prisma.
Podríamos generar sesiones de este tipo entre los abuelos, perdón, - rectifiqué
- los residentes.
— Seamos
realistas, Manuel. Asumamos nuestra realidad, nuestro entorno. Resulta bastante
difícil hablar aquí sobre ciertos temas. Y cuando digo aquí, no me estoy
refiriendo a la residencia, o no tan solo a la residencia, sino a la sociedad
en general. No somos precisamente un pueblo de conversación, sino de
confrontación; al igual que no somos un pueblo de adversarios, sino de
enemigos; conmigo o contra mí; admitámoslo, es nuestra idiosincrasia. Cuando se
genera un debate, por muy civilizados que aparentemos ser, siempre tratamos de
vencer, no de convencer. Insisto, yo ya estoy muy mayor para ciertas cosas, no
me interesa. Ahora bien, por lo que a la residencia se refiere, a las residencias
en general, por mal que nos parezca, o que quede mal en decirlo, o no sea
políticamente correcto, como se dice ahora, estamos hablando de aparcamientos
de inservibles, de gente que ya no puede aportar más que molestias; si, de
acuerdo, estoy generalizando y eso no siempre es bueno, o no es correcto, pero
estará usted de acuerdo conmigo en que ese sentir es mayoritario; con todo y
con eso, lo peor del caso es que los propios residentes llegan a creérselo; de
eso a vivir tan solo de recuerdos, hablar únicamente de la familia y perder la
mirada en ensoñaciones de lo que fue y no es, o de lo que pudo haber sido y no
será, solo hay un pequeño paso. Por cierto, hágame un favor, cuando hable de
nosotros, de la gente mayor, de los ancianos, no nos llame abuelos; sí, ya sé
que pretende ser un término cariñoso y que está muy extendido, desgraciadamente
pero, que quiere que le diga, no nos hace ni puñetera gracia; la relación
abuelo -nieto es algo muy personal, muy íntimo, muy entrañable; eres abuelo de
tus nietos, no eres abuelo del mundo por el hecho de que te hayas hecho mayor,
solo tus nietos tienen derecho a llamarte abuelo, cualquier otra utilización
del término es una adulteración y una falta de respeto; y eso suponiendo que realmente seas abuelo; imagínese en el
caso de los que no lo somos. Créame, no nos gusta que nos llamen abuelos.
Durante
el resto del día tuve una sensación extraña en la boca del estómago, una
especie de vértigo que no acertaba a definir; por momentos me parecía que
estaba próximo a padecer una crisis de pánico, si el primer día había sido así…;
en otros momentos me parecía todo lo contrario, un apretón ilusionante de mis
entrañas ante todo lo que se avecinaba. Al llegar la noche me costó conciliar
el sueño, se me repetía una y otra vez la conversación ¿monólogo?, con Luisa.
Desde
entonces, y ya ha pasado algún tiempo, he tenido días mejores y peores, me he
encontrado con casos más o menos fáciles, más o menos tristes, situaciones
emocionales complicadas. En esos momentos más duros, que los hay, busco
descaradamente, sin hacerme el encontradizo, a Luisa. Mi terapia personal.