lunes, 30 de mayo de 2016

ESPECIES EN EXTINCIÓN

Hace años, no muchos, este país estaba copado por la clase media; se podría decir que la mayoría pertenecíamos a una clase media que, al contrario que el planeta, se expandía por los polos; algunos, por arriba, deseando que sus patrimonios pasaran desapercibidos; muchos, por abajo, luchando porque fueran sus deudas las inadvertidas. Mucho postureo, mucha apariencia, pero ¡Qué tiempos aquellos!

 ¿Volverán, cual golondrinas primaverales? Se hace difícil creerlo, a pesar de lo que se esfuerzan todos los telediarios ofreciéndonos, día sí día también, indicadores económicos halagüeños que señalan una inequívoca salida de la crisis. No se vislumbra esa posibilidad, aunque los partidos políticos, todos casualmente, se apuntan al carro de los vencedores. Unos cual gladiadores que se batieron con todos los enemigos posibles; otros, erigiéndose en paladines de un nuevo orden social entonando seductores cantos de sirena.

En cualquier caso, es notorio que ninguno, del uno al otro confín del hemiciclo, parecen preocupados por la desaparición (¿extinción definitiva?) de la otrora influyente clase media. Les pasa desapercibido el que, desde ong´s como Intermón Oxfman, hasta fundaciones como la del BBVA, marquen un alarmante 38,5 % como la cota de familias que están en situación de vulnerabilidad. En España, claro.


Seguro que los datos de Venezuela les son mucho más familiares.

SORPASSO

En estos últimos tiempos, días, oigo, cada vez con mayor frecuencia, hablar del sorpasso. Todo el mundo, político se entiende, habla sin parar del sorpasso. Supongo que, como todas las modas, el adoptar extranjerismos para definir situaciones perfectamente definibles en román paladino, no deja de ser un esnobismo intelectualoide y, como tal, espero que transitorio y deseo que corto.

Lo sorprendente (o quizá no tanto), es que ese esnobismo no deja títere sin cabeza: “El presidente de Aragón, Javier Lambán, ha dicho hoy que no cree que se vaya a producir el "sorpasso" de Podemos al PSOE en las próximas elecciones”. “Felipe González duda de que haya 'sorpasso' de Podemos e IU”. “Susana Díaz, ha asegurado hoy que el "sorpasso" de una coalición…”. “El CIS garantiza el sorpasso de Podemos e IU sobre...”. “Podemos dice que no pretende "el sorpasso al PSOE". Y así hasta la infinitud. ¡Qué lástima!

A mí lo del “sorpasso” me recuerda a una monja de clausura que conocí hace algunos años, se llamaba Sor Proserpina, pero todas sus correligionarias la llamaban Sor Paso porque era la hermana portera y porque, que quieren que les diga, lo de Proserpina…

A los políticos (y a los medios de comunicación) les debe de pasar lo mismo, que no les gusta la palabra “adelantamiento”, o no la conocen, vaya usted a saber. Bueno, por mi parte yo me voy a saber.

PARADISÍACO SIGLO XIX

El presidente de la CEOE, el señor Rusell, dice que “el empleo fijo y seguro es un concepto del siglo XIX”.

Paradisíaco siglo, donde la población trabajadora (censada) era del 30% (menos de cinco millones), de los cuales 4,3 M. lo eran en el sector primario (agricultura, pesca, minería), siendo la primera la que más mano de obra empleaba.

En un país en el que el 80% del terreno cultivable es de secano, muy estacional (la trilogía mediterránea: olivar, vid y cereal), cabe pensar, sin necesidad de ser un genio, que la oferta de empleo se reducía a los meses de temporada. Nos encontramos pues, un país mayoritariamente de temporeros.

Puede pensarse que estos “picos” del empleo provocarían altas remuneraciones. Craso error; para evitarlo, los propietarios disponían de dos métodos: la tasa de jornales (precios pactados con los ayuntamientos antes del inicio de la temporada) que fue abolida (oficialmente) en 1767 pero utilizada en la práctica hasta comienzo del S. XX. Y la contratación de inmigrantes de otras regiones que recorrían el país en cuadrillas, con sus propias herramientas y comiendo o durmiendo sobre los propios campos (Goya los retrató en su cuadro de Los Segadores).

Tampoco aliviaron la situación (de los trabajadores) las desamortizaciones (Mendizábal 1836). Se privatizaron las tierras comunales, donde los vecinos explotaban unos recursos modestos, pero que marcaban la diferencia entre la supervivencia y el hambre.


Los trabajadores del S. XIX se estarán partiendo de risa.

LECTURA O PASIÓN

Cuando cumplí cuatro años estaba aprendiendo a leer. Hoy puede parecer una aberración, pero en 1962, sin LOMCE ni similares, ya leíamos a esa edad.

Yo le echaba mucha afición, leía todo lo que caía en mis manos. Por eso, ese día cogí el periódico pensando que, siendo mi cumpleaños, y siendo yo el ombligo del mundo, tendría que hablar de mí, incluso con foto.

Esa fue mi primera gran desilusión. La prensa local, la asturiana, de aquel once de mayo tan solo se hacía eco de la huelga de la minería, que desde varios días atrás conmocionaba la sociedad y socavaba, decía la prensa del movimiento, los cimientos del glorioso… En voz baja, para que yo no lo oyera, no fuera a ser que lo repitiera en algún sitio inconveniente, mi abuela decía que estábamos como en el treinta y cuatro. Yo, que tenía oído de tísico, dije que no, que nuestro portal era el treinta y seis, no el treinta y cuatro. No supe de que se reían.

Supongo que la primavera trae aires de renovación, o de revolución. Antes de la de Asturias del 62 fue la de Polonia del 56, después la de Praga del 68, o el mayo francés. Es como si el mundo, cuando llega mayo, quisiera quitarse de encima el muermo, o el invierno.


Hoy, otra vez once de mayo, ya se han ido muchas cosas de antaño, ya no hay (casi) minería en Asturias, tampoco está mi abuela, y el glorioso, menos mal, tan solo es un triste recuerdo. También me di cuenta que no era el ombligo del mundo, pero sigo siendo un ombligo que lee.

NUEVOS TIEMPOS PARA VIEJAS HISTORIAS


Vaya por delante mi más profundo respeto por cualquier tipo de creencia religiosa. Cosa probada es que fui educado en la rancia fe del neo catolicismo del antiguo régimen, como correspondía a toda una generación enmarcada en la decadencia de las postguerra (no caeré en la tentación del anglófono baby boom).

Quizá sea esa posible saturación infantil de catecismos, rosarios, misas, ejercicios espirituales, la que me llevó al descreimiento actual y, es más, a considerar la Religión (con mayúscula que las abarca a todas) una auténtica superchería que lo único que aporta a la sociedad, al mundo, son problemas, odios, enfrentamientos, falta de comprensión,…, guerras.

Esto no contradice mi respetuosa afirmación inicial. Cierto, no respeto las religiones, pero sí a las creencias de las personas. Están en su derecho.

Viene esto a cuento porque hoy, por casualidad, entré en una iglesia (católica) y quedé epatado. Hacía décadas que no pisaba una, a lo mejor es eso. Para empezar, la puerta de entrada al pórtico era de cristal, corredera, activada con una fotocélula. En dicho pórtico, en la esquina superior izquierda, una gran pantalla nos ofrecía, con atractivo diseño, el menú horario de actividades. Una segunda puerta, corredera como la anterior, nos introducía directamente al… ¿salón de actos?, donde el altar parecía un escenario y los púlpitos, dos, servían como soporte de enormes pantallas, a imagen y semejanza de un concierto del Boss.


Huí despavorido. No fuera a ser que me enganchase.

domingo, 22 de mayo de 2016

DÍA DE REYES



Cuando recuperó el conocimiento se encontró en el suelo, tumbada boca abajo, con el lógico aturdimiento que se presupone en estos casos; lo veía todo borroso, había perdido las gafas al caer, le pareció verlas a poco más de dos metros de donde estaba; intentó alcanzarlas pero un dolor lacerante le taladró desde la rodilla a la cadera impidiéndole cualquier movimiento, a la vez que le arrancó un gemido lastimero. Bueno, lo de no ver con claridad no constituía en ese momento su mayor preocupación. Así todo consultó su reloj de pulsera, un acto reflejo, no pudo ver qué hora era por lo que tampoco supo que había estado más de media hora inconsciente.

Intentó tranquilizarse en la medida de lo posible; ya que no podía ver, debía al menos pensar con claridad, evaluar las posibilidades de solventar la difícil situación en que se encontraba. Estaba claro que lo de moverse debía descartarlo; cualquier movimiento, no ya intentar ponerse de pie o semi incorporarse, sino el simple intento de arrastrarse para alcanzar las gafas le había producido un dolor tal, que incluso temía mover siquiera un brazo. Estaba al final del vestíbulo, en el pasillo de entrada a la casa, no le separaban de la puerta de la calle más que unos cinco metros, pero en esas condiciones, y con sus setenta y tres años a cuestas, se sentía como un náufrago en medio de un océano.

Su hija pequeña, su yerno y los niños se habían ido a eso de las nueve y media de la noche, después de haber pasado juntos un agradable día de Reyes; “¿qué hora sería ahora?”, daba igual, tenía claro que no iban a volver, ni tampoco llamarían por teléfono para avisar que habían llegado a casa por un viaje de apenas tres cuartos de hora. La única solución pasaba por llamar la atención de las vecinas, las más próximas, la de enfrente del rellano, o la de abajo. Lo mejor sería la de enfrente, Palmira, que además tenía llave de casa, pero no veía forma de poder alertarla, al menos esa noche. Mañana se pasaría, como todos los días, para ver si necesitaba que le trajera algo del mercado; pero a lo mejor mañana ya era tarde. La otra posibilidad era la vecina de abajo, Benedicta; podría intentarlo dando golpes con algo en el suelo de madera, pero Bene vivía sola y estaba sorda como una tapia; además, como no diera puñetazos en el suelo, no veía con qué podría golpear. La opción del teléfono tampoco le pareció viable, estaba en el salón, aún más lejos que la puerta de la calle, no podría llegar hasta él. En el año noventa y cuatro los móviles aún eran ciencia ficción, por no hablar de la medalla pulsador de la Cruz Roja, a la que le quedaban años para ser una realidad.

No debería de ser muy tarde ya que, a través de la ventana del vestíbulo que da al patio de luces, aún se entreveían reflejos de luces encendidas en los pisos de abajo. No se le ocurría ninguna solución pero intentaba no desesperarse. Era lo suficientemente mayor para saber que la paciencia daba mejores resultados que perder los nervios; además, no tenía miedo, no le asustaba morir, pero el dolor lo soportaba mal. Le ayudaría pensar en otra cosa.

Le vino a la memoria aquella otra vez que había estado así, tirada boca abajo, sin poder moverse, solo que entonces sí que estaba muerta de miedo. Hacía ya muchos años pero conservaba fresco el recuerdo - ¡cómo olvidar aquellos años! – estaba en Granda, en plena guerra civil, era el otoño del año 37. Las tropas rebeldes intentaban tomar Gijón, la última ciudad que se les resistía en el Cantábrico. La aviación hacía vuelos rasantes en las afueras y pueblos de alrededor, ametrallando todo lo que se movía. Ella, que tenía entonces diecisiete años, estaba en casa de sus tíos, acogida desde tiempo atrás, después del miedo cerval que había pasado en su pueblo, en la cuenca del Nalón, cuando una cuadrilla de falangistas enardecidos la rodearon, la acosaron, la humillaron.

Ayudaba a sus tíos y primas en las labores del campo, con el ganado, en la casa. Aquel día le encargaron que llevase unas botellas de leche a una casa del pueblo vecino; a mitad de camino empezó a oír los motores de los aviones acercándose, antes de verlos. De repente aparecieron por detrás de ella, eran dos aviones que, al verla, empezaron a tabletear sus armas. Dio un grito, soltó las botellas y se tiró al suelo, en la cuneta del camino. Allí permaneció sin moverse hasta que después de un par de pasadas más disparando sus ráfagas, los aviones abandonaron la presa y siguieron su deriva hacia la ciudad. Aún tardó cerca de dos horas en poder moverse, hasta que su tío la encontró rígida de miedo, en la misma cuneta en la que se había encogido, y se la llevó a casa.

Las horas pasaban despacio. Hacía ya mucho tiempo que todo estaba oscuro, en silencio; lo único que oía era su corazón latiendo. Estaba muy desorientada; el dolor le había hecho perder la consciencia en varias ocasiones, o quizá el cansancio la había rendido y se había dormido; o los recuerdos la habían trasladado otra vez a aquellos años de sufrimiento e intenso miedo. O tal vez fuera la suma de todas esas cosas, unidas al arrepentimiento por no haber hecho caso a sus hijas, dejar aquella casa, un quinto sin ascensor, que la ataba a los recuerdos del marido ausente, pasar los pocos, o muchos, años que le quedasen en compañía. Sentirse querida, cuidada, mimada…

Parecía que había algo más de luz, puede que comenzase a amanecer. Había sido una noche larga y dura, pero ahora todo mejoraría. Una fractura de cadera era una buena excusa para un cambio.