Cuando
cumplí cuatro años estaba aprendiendo a leer. Hoy puede parecer una aberración,
pero en 1962, sin LOMCE ni similares, ya leíamos a esa edad.
Yo
le echaba mucha afición, leía todo lo que caía en mis manos. Por eso, ese día
cogí el periódico pensando que, siendo mi cumpleaños, y siendo yo el ombligo
del mundo, tendría que hablar de mí, incluso con foto.
Esa
fue mi primera gran desilusión. La prensa local, la asturiana, de aquel once de
mayo tan solo se hacía eco de la huelga de la minería, que desde varios días
atrás conmocionaba la sociedad y socavaba, decía la prensa del movimiento, los
cimientos del glorioso… En voz baja, para que yo no lo oyera, no fuera a ser
que lo repitiera en algún sitio inconveniente, mi abuela decía que estábamos
como en el treinta y cuatro. Yo, que tenía oído de tísico, dije que no, que
nuestro portal era el treinta y seis, no el treinta y cuatro. No supe de que se
reían.
Supongo
que la primavera trae aires de renovación, o de revolución. Antes de la de
Asturias del 62 fue la de Polonia del 56, después la de Praga del 68, o el mayo
francés. Es como si el mundo, cuando llega mayo, quisiera quitarse de encima el
muermo, o el invierno.
Hoy,
otra vez once de mayo, ya se han ido muchas cosas de antaño, ya no hay (casi)
minería en Asturias, tampoco está mi abuela, y el glorioso, menos mal, tan solo
es un triste recuerdo. También me di cuenta que no era el ombligo del mundo,
pero sigo siendo un ombligo que lee.
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