lunes, 30 de mayo de 2016

NUEVOS TIEMPOS PARA VIEJAS HISTORIAS


Vaya por delante mi más profundo respeto por cualquier tipo de creencia religiosa. Cosa probada es que fui educado en la rancia fe del neo catolicismo del antiguo régimen, como correspondía a toda una generación enmarcada en la decadencia de las postguerra (no caeré en la tentación del anglófono baby boom).

Quizá sea esa posible saturación infantil de catecismos, rosarios, misas, ejercicios espirituales, la que me llevó al descreimiento actual y, es más, a considerar la Religión (con mayúscula que las abarca a todas) una auténtica superchería que lo único que aporta a la sociedad, al mundo, son problemas, odios, enfrentamientos, falta de comprensión,…, guerras.

Esto no contradice mi respetuosa afirmación inicial. Cierto, no respeto las religiones, pero sí a las creencias de las personas. Están en su derecho.

Viene esto a cuento porque hoy, por casualidad, entré en una iglesia (católica) y quedé epatado. Hacía décadas que no pisaba una, a lo mejor es eso. Para empezar, la puerta de entrada al pórtico era de cristal, corredera, activada con una fotocélula. En dicho pórtico, en la esquina superior izquierda, una gran pantalla nos ofrecía, con atractivo diseño, el menú horario de actividades. Una segunda puerta, corredera como la anterior, nos introducía directamente al… ¿salón de actos?, donde el altar parecía un escenario y los púlpitos, dos, servían como soporte de enormes pantallas, a imagen y semejanza de un concierto del Boss.


Huí despavorido. No fuera a ser que me enganchase.

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