No
viene al caso el motivo, pero la cuestión es que aquel
día estaba allí, en Bilbao. Un asturiano residente en Pamplona y que los fines
de semana, de forma sempiterna, viaja a Zaragoza, a ver cómo crece la nieta.
Pero
ese día de mediados de junio mi mujer, que no conduce, se empeñó en que la
llevase a Bilbao, que estaban allí, pasando unos días, un par de antiguas
compañeras de cuando trabajaba en Madrid y le apetecía verlas, recordar viejos
tiempos y ponerse al día de los nuevos. Cosas de mujeres, supongo.
Una
vez la hube dejado en el lugar de la cita, y sin nada mejor que hacer hasta
después de la hora de comer, comencé a pasear sin rumbo fijo, recordando
anteriores estancias en la ciudad, tomando nota de los cambios producidos; el
tiempo acompañaba e inducía al vagabundeo.
En
éstas que, pasando por la Gran vía, me topo de frente con El Corte Inglés y
pienso que podría aprovechar el tiempo para renovar mi vestuario de runner
aditivo (cuando empecé, hace cincuenta años, a eso se le llamaba simplemente
correr, pero los tiempos cambian). Miro el directorio y compruebo que la
sección de deportes está en la última planta, la séptima, y allí me dirijo.
No
había mucha clientela, al fin y al cabo un jueves a las once de la mañana no
parece que sea hora punta para comprar una bici, o un bate de béisbol, o unos
guantes de boxeo. Pero como los dos dependientes que vi por allí estaban
ocupados colocando raquetas de paddle en un expositor, me despaché yo mismo lo
que quería probarme. Cogí un par de mallas, tres camisetas técnicas y dos
chándales y me metí en los probadores para ver que tal me quedaban. Luego,
pensé, pasaré por donde las zapatillas a ver si tienen alguna oferta.
Con
bastante dificultad, debo reconocer, pero me las arreglé para probarme todas
las prendas sin necesidad de quitarme los auriculares de las orejas; estaban
dando un programa especial sobre la crítica reunión que en esos momentos
mantenían los ministros de economía y finanzas de la eurozona para evitar la
crisis griega, y era algo que me interesaba sobremanera, no quería perderme ni
una palabra.
No
sé cuánto tiempo estaría en el probador, tal vez unos veinte minutos, quizá
menos. Finalmente, cuando salí, portando en la mano derecha las prendas que
había decidido comprar y en la izquierda las desechadas, me encontré
completamente solo en toda la planta. No había nadie, ni empleados, ni
clientes, nadie. Me quedé bastante extrañado pero, al fin y al cabo ya dije que
no era una hora punta, así que me dirigí a la caja más cercana y me dispuse a
esperar pacientemente la llegada de un vendedor que me cobrara; mientras seguía
escuchando las salidas de pata de banco del ministro Varoufakis en su pelea
contra el mundo.
Llevaría
como cinco minutos a pie firme, esperando, cuando noto que alguien, que
lógicamente no había oído llegar, me toca por la espalda. Me vuelvo esperando
encontrarme la sonrisa excusante del empleado y casi me muero de miedo al encontrarme frente a frente con un tipo de casi dos metros, disfrazado
de bombero naranja reflectante, casco incluido, que me mira con ojos iracundos
mientras no deja de hacer aspavientos con las manos. No se me cayeron las
prendas al suelo porque previamente las había dejado encima del mostrador, así
que utilicé las mías (las manos) para quitarme los auriculares de las orejas y
poder escuchar lo que me estaba diciendo. El tipo, a su vez, se quitó la
máscara que le ocultaba la nariz y la boca, y me dijo, o más bien, me gritó
increpándome:
— ¿Qué
coño está usted haciendo aquí?, ¿no se ha enterado que hay un incendio en la
azotea, justo encima de esta planta, y que han dado orden de desalojar el
edificio?
La
cara que se me debió de quedar tuvo que ser lo suficientemente gráfica ya que
el bombero no precisó de ninguna otra respuesta. Me cogió por el brazo y, medio
en volandas, me llevó escaleras abajo, los siete pisos, hasta sacarme a la
calle. Creo que se quedó con ganas, incluso, de darme una patada en el trasero.
En
aquel instante decidí que seguramente no me sería difícil encontrar mejor momento para mirar las ofertas de las
zapatillas.