miércoles, 4 de enero de 2017

LA VISITA



Cuando llegó la Navidad Pedro no estaba en casa. Ese día le tocaba sellar la cartilla del paro y se pasó la mañana en la oficina del Inem. 

Después, al llegar a casa y comprobar que la habían invitado a entrar sin contar con él, no le pareció nada bien.

     Desde que me han despedido pinto menos en casa que un cero a la izquierda – le comentó a su mujer en un aparte para no parecer grosero ante la visita.
     No te pongas así cariño. ¡Es la Navidad! – trató de conciliar ella exagerando un poco el acento meloso.
     Elenita, cielo – reboteó sobre la marcha - ¿Desde cuándo tenemos los parados derecho a que nos visite la Navidad?

La visita, mientras tanto, ajena a la conversación de los cónyuges, se divertía cantando con los niños mientras adornaban en un rincón un árbol de plástico, bastante deshilachado y al que se le notaba de lejos que era ya la sexta temporada, por lo menos, que ejercía.

     El camino que lleva a Belén, baja hasta el valle que la nieve cubrió...
     Mira a los niños, Pedro. ¿No ves que cara de ilusión tienen?, mira que ojos más enormes abren.
     No necesito mirarles. Conozco de sobra esa expresión. Y eso es precisamente lo que me duele. No quiero que permanezca en casa ni media hora más. Dile que se vaya.
     Pero, ¿por qué eres así, Pedro?, ¿por qué te has vuelto un amargado? – a Elenita le asoma una lágrima por la comisura del ojo – Ni disfrutas ti ni dejas que nadie lo haga a tu alrededor.

Los cuatro niños, cada vez más alterados, continuaban el crescendo haciendo inútiles los esfuerzos de la Blanca visitante por organizar el coro.
        Ande ande ande la marimorena, ande ande ande que es la Nochebuena...
        Porque sabes de sobra que Navidad significa gasto, Elenita, consumo, derroche; y esas caras de ilusión de los niños, esos ojos desmesurados se tornarán en dolor y en incomprensión cuando no pueda ofrecerles nada. Y eso me rompe el corazón. No quiero pasar por ello, Elenita. ¿Tú sí?

Se abraza el matrimonio mezclando las lágrimas de uno con las del otro, queriéndose en la alegría y en la tristeza, mientras en el fondo musical parece que se impone un poco de sosiego.

     Noooche de paaaz, noooche de amooor, claaaro soool briiillaráa…
        A propósito, cariño ¿por qué has tardado tanto en volver a casa?
        Pues es que había algunas ofertas de empleo y estuve haciendo cola para presentar la solicitud. La cosa iba bastante lenta porque te entrevistaban en el mismo momento. – Pedro no puede evitar poner una sonrisa en su rostro después de la última frase, que inmediatamente se transforma en un rayo de esperanza en los ojos de Elenita.
        ¿Y….?
        No te lo vas a creer, he conseguido no uno, sino dos, ¡dos contratos!
        ¡Dios mío, cariño, qué alegría!
        No, no te alegres tanto, cielo. Son contratos basura, uno es por diez días y el otro es tan solo para una tarde. Pero algo es algo. Desde el último contrato que tuve, cuando estuve una semana en aquel almacén de las afueras, llevaba ya casi tres meses sin conseguir nada.
        ¿Y de qué son los contratos?, ¿en qué vas a trabajar? – pregunta ella ilusionada, y luego dirigiéndose a los niños que han vuelto a retomar alturas tonales- ¡Bajad la voz, por favor!, que casi no puedo oír a vuestro padre.
        Vamos despierta Maríaaaa, que tá llorando el tu neñuuuu, dai de mamar que tien fameeee, tápalu bien que tien fríooooo…
        No, deja – contesta Pedro – que no quiero que se enteren. Esta vez no pueden saber de qué voy a trabajar.
        Anda, ¿y eso por qué?
        El contrato de diez días es para hacer de Papá Noel en un centro comercial. Ellos son pequeños, aún creen en esas cosas.
        ¿Y el otro?, ¿el que es solo una tarde?
        Bueno, ese aún está por confirmar. A lo peor al final no se logra. Es para hacer de Rey Mago en la Cabalgata de Reyes, pero dicen que igual quieren salir los concejales por hacer una gracia. Sería una lástima porque pagan trescientos euros.
- Ya vienen los Reyeeees, por el arenaaaal, y le traen al niñooooo…

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