Samy
llevaba varios días vagando por el entorno del área de servicio del kilómetro
ciento ochenta y dos de la A-3. Debía tener cuidado porque la gente no era
precisamente muy amable y eso le tenía confundido. Hasta ahora, siempre, en
toda su vida, la gente, las personas con las que había tenido relación, con las
que se cruzaba en las calles, en los parques, eran de dos tipos, o bien le
hacían carantoñas y caricias, o sea, se portaban amablemente, o bien no le
hacían ningún caso, como si no existiera. Pero nunca se había encontrado con
personas que quisieran pegarle, o echarle, asustarle o maltratarle; eso
resultaba nuevo y no sabía cómo debía reaccionar.
Por
un lado, Samy no quería alejarse mucho del área de servicio porque estaba
completamente seguro que sus dueños, pobres, se habían olvidado de él cuando se
pararon a echar gasolina al coche y habían arrancado sin darse cuenta de que él
aún no había subido. En cuanto se diesen cuenta volverían a buscarle y lo más
probable es que le regañasen por no haber estado suficientemente atento. Lo
aceptaría, era justo.
Tampoco
quería alejarse porque, mientras durase el olvido de sus dueños, tenía que
alimentarse, y había descubierto que en los contenedores y cubos de basura que
había por la parte de atrás del área de servicio, solían depositar cantidades
ingentes de comida. No era el pienso equilibrado que comía habitualmente, pero
era comida y, a veces, había restos de huesos y carne que eran una auténtica
delicia.
Por
otra parte, y a eso le costaba más trabajo acostumbrarse, Samy debía tener
mucho cuidado para que no le viesen acercarse a hurgar porque enseguida salían
con un palo dando voces. Al principio creyó que querían jugar a la tontería esa
que a los humanos les gusta tanto de tirar el palo y que se lo vuelva a traer,
se puso muy contento; pero en cuanto le atizaron un par de veces ya comprendió
que estas personas no conocían el juego y tampoco se les veía con muchas ganas
de que les enseñara.
Además,
durante el día, la afluencia de vehículos a este área de servicios es
extraordinaria, constantemente hay coches y camiones entrando y saliendo, ya
había tenido un par de sustos que simplemente acabaron en un bocinazo, pero
podría haber sido mucho peor, por lo que procuraba no acercarse hasta que ya
hubiese anochecido. Eso le genera una situación de estrés bastante grande
porque piensa que si su familia vuelve a buscarle siendo de día, es posible que
no le encuentren, que crean que se ha perdido y se vayan otra vez sin él.
Ayer
por la noche, cuando estaba asaltando el cubo de la basura, coincidió con otros
tres perros que estaban en su misma situación, también sus familias les habían
olvidado, lo cual le pareció una casualidad muy impactante, los humanos
deberían hacérselo mirar. Al principio se mostró bastante desconfiado con su
compañía, ya saben cómo se toman los perros eso de compartir la comida, y se
puso un poco agresivo; pero no duró mucho, en seguida terció uno de ellos, una
perra mastín ya entrada en años con una mirada muy triste, que le explicó que
ellos llevaban bastantes días en ese plan y habían comprendido que lo mejor era
llevarse bien y compartir todo lo que encontrasen para poder aguantar hasta que
les viniesen a buscar.
Le
contaron que durante el día se refugiaban en una cueva que habían encontrado no
muy lejos, un poco oscura pero que se estaba bien, sin necesidad de estar todo
el día al sol, pasaba un riachuelo justo al lado y nunca había nadie, salvo un
hombre viejo, amable y un poco raro que compartía la cueva con ellos, decía
llamarse San Roque y ser patrón de los perros, aunque no sabían exactamente a
qué se refería. Pero al menos no había peligro de que les atizasen con los
palos.
Samy
empezó a pensar que quizá tendría que cambiar de familia.
Bravo! Espectacular. Merece ser difundida.
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