Nuevo
escándalo panameño a la palestra, pero viejas, ya, excusas del político (o
famoso) de turno. No sé dónde vamos a parar. Asistimos con estupor al haraquiri
de toda una generación de próceres que nos demuestran día a día tal altura de
miras que no saben ver lo que esconde la alargada sombra de su entorno
familiar. Personas que han sido encontradas dignas de que depositemos en ellos
nuestra confianza y nuestro voto, cuando no el precio de una entrada de cine,
que no es moco de pavo hoy día, y que son traicionadas por unos familiares sin
escrúpulos, capaces de actuar en su nombre, creando sociedades pantalla (me
resisto a los términos anglófonos teniendo un idioma como el nuestro, pero esa
es otra historia), evadiendo impuestos y, encima, no haciendo partícipes de esa
información a sus allegados.
Allegados
que, transidos de dolor, abrumados por la responsabilidad, se ven en la
imperiosa necesidad moral de conjugar el verbo dimitir. Allegados que, mejor les
hubiera ido convocando un cónclave familiar, antes de lanzarse a la arena
pública, para examinar en conciencia y a conciencia cualquier atisbo de felonía
entre la caterva de cuñadas, hermanos, consuegros y Brutos en general. Ahora
tan sólo les queda el derecho al pataleo de excluirles de su esquela, al menos
de la política.
Este
mundo era más feliz cuando Panamá era simplemente un sombrero.
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