Tenía
el pelo suelto, a lo largo de la espalda, como miel desparramada. Al combarse,
al final de la espalda, la luz le jugaba una mala pasada a sus ojos; si los
cerraba, los ojos, casi podía tocarla, sentir su tacto a lo largo de su cuerpo perfecto,
con una suavidad que le erizaba. Si, definitivamente era su debilidad. Al viejo
juguetero siempre le había gustado más la Barbie que la Nancy.
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