martes, 4 de agosto de 2015

EL MUNDO DE ALICIA



Hace unos días me pasó una cosa realmente curiosa. Mi hija me pidió que me encargase de  Alicia, mi nieta, ya que ella como digna representante de la generación actual de madres trabajadoras, responsables del hogar, los hijos, etc., tenía cosas que hacer y la guardería ese día estaba cerrada. Por supuesto, mi apretada agenda jubilar me permite este tipo de imprevistos que, por otra parte me entusiasman.
Así que, ni corto ni perezoso la vestí con un pantalón vaquero, el jersey fucsia que le encanta, la abrigué con el anorak, el gorro y los guantes y nos fuimos a pasear por el parque.
Alicia es una niña de poco más de dos años, lista, cariñosa, simpática, con un pelo ondulado de un color miel de alforfón, oscuro y sedoso y unos ojos entre azules y grises con una mirada limpia, cristalina; unos ojos que no dicen nada y lo sugieren todo. Por lo demás, Alicia parlotea sin cesar con esa media lengua de trapo que, salvo su madre, nadie entiende pero que todo el mundo celebra.
Después de un pequeño paseo le apeteció meterse en un arenero de esos en los que los niños se rebozan en condiciones y las madres sufren como las hemorroides, en silencio, pensando en que tendrán que sacudir muy bien toda la ropa antes de meterla en la lavadora. Y allí fue donde sucedió lo inaudito. Se juntó con otros dos niños de su edad aproximadamente y empezaron con su parloteo. Yo estaba sentado en un banco, justo al lado, ojeando el periódico cuando oigo que uno de los niños dice de forma clara e inteligible:
-          ¿Te has enterado Alicia? Ha habido otro intento masivo de saltar la valla en Melilla.
-          ¿Otra vez? – contestó Alicia – Esto es increíble. Me parece una estupidez que nadie ponga vallas en ningún sitio. Cada uno que vaya donde quiera.
Mi cara era de auténtico estupor. No daba crédito a mis oídos; sin embargo miré hacía un lado y hacía otro, y la gente que estaba cerca seguía a lo suyo, como si no estuviera pasando algo extraordinario.
-          Pues a mí – intervino el tercero – lo que me parece demencial es lo de las pateras.
-          Es que yo lo veo muy claro – volvió a terciar Alicia – Nadie querría irse de su casa si estuviera a gusto en ella. Si se quieren ir es que están muy mal y pasan hambre y tienen guerras y enfermedades. Bueno, pues habrá que ayudarles para que estén bien y puedan ser felices sin necesidad de que se tengan que ir otro sitio.
-          ¿Y por qué no les ayudan, Alicia? – Inquirió el primero.
-          Pues no lo sé Dani, pero a lo mejor es que no lo han pedido. Cuando se pide ayuda, siempre se da, ¿verdad que sí, Arturo?, ¿verdad que si yo te pido ayuda tú me la darías?
-          ¡Pues claro! – respondió el aludido – mi papá dice que hay que ayudar a todo el mundo que lo necesite.
-          ¡Ya lo tengo! – dijo Alicia levantando la voz, casi gritando – Vamos a decirle a nuestros papás que les digan a los señores que salen en los telediarios que tienen que ayudar a que la gente de esos países estén contentos, y así se darán cuenta.
-          ¡Si, si, eso! – jalearon al unísono Dani y Arturo.
Yo seguía sin salir de mi asombro; las gafas se me resbalaban por el puente de la nariz hasta quedar en un imposible equilibrio gepetiano, los ojos se me salían de las órbitas y en mi boca abierta podría haber anidado hasta una familia de golondrinas; pero ellos seguían a lo suyo.
-          Pero ahora que estoy pensando – oí decir a Alicia – no sé si eso resultará, porque a veces veo gente sentada en el suelo, o a la entrada del super que están pidiendo ayuda y no veo que nadie les ayude.
-          Mira, Alicia, - respondió Arturo – yo creo que lo mejor es que escribamos a los Reyes Magos. Al fin y al cabo son magos ¿no?, seguro que pueden hacer algo.
-          O si no a Pocoyó – terció Dani – él siempre lo arregla todo.
Alicia se quedó pensativa un rato, metiendo su manita en la arena, levantando un puñado y dejado que se escurriera entre los dedos; al cabo de unos instantes sentenció´:
-          Me temo que no. Pocoyó nunca está cuando se le necesita y además se pasa el día riendo, cantando y bailando. No nos vale. Y lo de los Reyes Magos tampoco me parece que pueda valer, porque mi papá dice que los Reyes son portadores de ilusiones, de magia, de fe en las cosas buenas de la gente; y a mí me parece, cuando les miro a los ojos, que lo que necesitan es algo más que ilusión o fe. Aunque a lo mejor un poco de magia les vendría bastante bien.
En estas estábamos cuando de repente noté que me zarandeaban por el hombro – Papá, papá, despierta que me tengo que ir y Alicia ya se ha levantado.
Cuando me recuperé del susto y me froté los ojos vi que Alicia me miraba, sentada en el suelo, haciendo una torre con piezas de plástico, sonriéndome, picarona, con esos ojos entre azules y grises de mirada limpia, cristalina; unos ojos que no dicen nada y lo sugieren todo…..

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