Sus
amigos no dejaban de insistir para que no se dejase liar, “sólo es un rollo de fin de concierto” le decían. Pero él, ellos,
siguieron adelante con el lio.
Hace
al menos cuarenta años de eso. El tiempo y un glaucoma hereditario apagaron la
luz de sus ojos de gata pero, de vez en cuando sacan el vinilo y vuelven a
bailar muy pegados el uno al otro.
— ¿Te
apetece que nos enrollemos? – le susurra provocador acercándose mucho a su
oreja.
— ¿Crees
que aún serías capaz? – responde ella con ese mohín en la sonrisa que le
encloquece.
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