El
incómodo cadáver del mediador familiar sigue aquí, más a mi pesar que al suyo,
inasequible al aliento. La incomodidad no procede del hipotético remordimiento
o arrepentimiento por haber causado su muerte, que no es el caso; tampoco está
motivada por su calificativo, mediador familiar, que igual podría haber sido
agente de seguros o piloto de globo aerostático, no es eso. El problema surge, se
agrava, es más, se agudiza cuándo pienso en los ciento veinte quilos en canal
del finado. Quizá debería haberlo pensado antes.
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