Y
después ¿qué? Todo parece indicar que, si nadie lo remedia, en navidades
estaremos nuevamente votando, y no con entusiasmo precisamente. Y parece que
“nadie” no está por la labor de remediar nada. Pero, ¿soluciona algo una
tercera convocatoria a las urnas? Además de ser una vergüenza y una auténtica
tomadura de pelo, me temo que una vez escrutada la cada vez más exigua
recolección de votos, volveremos a estar en la misma tesitura que después de
las primeras o las segundas votaciones. Por eso mi pregunta inicial, “y después
¿qué?”. ¿Unas cuartas? ¿Unas quintas elecciones? ¿Hasta cuándo? ¿Cuántos más
despropósitos disparatados nos harán padecer?
Están
consiguiendo, no sólo que la ciudadanía, anónima y siempre a pie, se cabree
mucho, de verdad; sino que se empiecen a cabrear los poderes fácticos, esos
invisibles que son los que realmente manejan el cotarro y que necesitan un
gobierno de verdad, no en funciones, un gobierno que les sirva de pantalla, al
que poder apretar, exigir, exprimir, chantajear, corromper,… pueden añadir
todos los infinitivos que se les ocurran.
En
otras épocas, no tan lejanas, esos poderes fácticos se identificaban con el
ejército, o con la iglesia. Hoy día, el único Poder (con mayúscula) reconocido
que mueve voluntades y moldea la sociedad a capricho es el dinero.
El
cabreo de ese poder es peligroso, además de tremendamente sibilino, porque no
se le ve, ni se le oye; actúa sin avisar y, una vez se pone en marcha,
difícilmente se le puede parar. Más nos vale idear alguna fórmula que nos ponga
de acuerdo, cualquier cosa nos puede valer, todo antes de que se despierte el
monstruo. La última vez nos costó tres años de guerra y un millón de muertos.
No tentemos al destino.
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