Ya.
Ya sé que es la moda. Pero no me gustan los pantalones rotos. Lo siento, pero
no lo puedo remediar. Y no, no es que sea un antisistema de las roturas como
alguien podría pensar, ni mucho menos. Me encantan, por ejemplo, las fracturas gastronómicas
de los huevos rotos. Ya sean acompañados de jamón, de chorizo o de morcilla.
¡Qué ricos!.
También
me declaro un ferviente defensor de la sonora y estética tradición de la rota
de la hora, aunque no busque tras ella significado religioso alguno.
Disfruto
una barbaridad con las roturas de servicios en el tenis, o quizá debería decir
con Nadal, del que me declaro seguidor incondicional.
Pero
insisto, por muy de moda que se hayan puesto, no puedo con los pantalones
rotos. Como decía mi madre, si mañana se pone de moda salir con un tiesto en la
cabeza… ¿tú, que?
Y es
que, sí, mi madre tenía razón, hay modas que merecen palos.
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