viernes, 22 de julio de 2016

UNA SEMANA



Hay veces que escoges bien, y otras no tanto. Es lo que tiene la capacidad de elección, que en la mochila va implícito el derecho a equivocarse.

Decidí desenchufarme durante una semana. Literalmente. Ni internet, ni televisión, ni móvil, nada. Una semana en la playa, lejos de todos y de todo, dedicada única y exclusivamente a releer El Quijote. Y no, no por el esnobismo de querer estar en la onda del cuarto centenario, ni nada por el estilo. Simplemente es que tocaba. A veces pasa eso, notas que es el momento de hacer algo; y debes hacerlo; y lo haces. Lo he disfrutado profundamente, con mucho más sabor que la primera vez, hace cuarenta años. Ojalá que no tengan que pasar otros cuarenta para la tercera.

A mi vuelta he recogido todos los periódicos que tenía acumulados con intención de ponerme al día, pensando que poco, o nada, de interés podía haberme perdido en tan poco tiempo. Ya se sabe, en verano todo se pausa. Poco a poco mi semblante fue cambiando, de la indiferencia sobre los desencuentros de nuestros políticos, a la hilarante perplejidad de ver al líder del Tour corriendo sin bicicleta para, sin solución de continuidad pasar al horror nocturno de Niza y, de allí, a la preocupación por el vaivén turco, justo cuando hace ochenta años del nuestro. Al final de la lectura, con cara de estupor, se me vino a la mente la frase que El Hidalgo le dice a Sancho: “…vamos, cuenta, sin que añadas o mientas por darme gusto, ni menos te acortes por no quitármelo”.

Hay semanas que quizá sea mejor no vivirlas.

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