Hay
veces que escoges bien, y otras no tanto. Es lo que tiene la capacidad de
elección, que en la mochila va implícito el derecho a equivocarse.
Decidí
desenchufarme durante una semana. Literalmente. Ni internet, ni televisión, ni
móvil, nada. Una semana en la playa, lejos de todos y de todo, dedicada única y
exclusivamente a releer El Quijote. Y no, no por el esnobismo de querer estar
en la onda del cuarto centenario, ni nada por el estilo. Simplemente es que
tocaba. A veces pasa eso, notas que es el momento de hacer algo; y debes
hacerlo; y lo haces. Lo he disfrutado profundamente, con mucho más sabor que la
primera vez, hace cuarenta años. Ojalá que no tengan que pasar otros cuarenta
para la tercera.
A mi
vuelta he recogido todos los periódicos que tenía acumulados con intención de
ponerme al día, pensando que poco, o nada, de interés podía haberme perdido en
tan poco tiempo. Ya se sabe, en verano todo se pausa. Poco a poco mi semblante
fue cambiando, de la indiferencia sobre los desencuentros de nuestros
políticos, a la hilarante perplejidad de ver al líder del Tour corriendo sin
bicicleta para, sin solución de continuidad pasar al horror nocturno de Niza y,
de allí, a la preocupación por el vaivén turco, justo cuando hace ochenta años
del nuestro. Al final de la lectura, con cara de estupor, se me vino a la mente
la frase que El Hidalgo le dice a Sancho: “…vamos, cuenta, sin que añadas o
mientas por darme gusto, ni menos te acortes por no quitármelo”.
Hay
semanas que quizá sea mejor no vivirlas.
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