jueves, 2 de julio de 2015

CARIÑO



Cariño, la verdad es que no sé por dónde empezar. Nunca se me dio bien hablar, ya lo sabes. Recuerdo, ¿recuerdas? que cuándo estaba pensando declararme estuve cerca de un mes ensayando delante del espejo, no sé cómo pude aguantar tanto tiempo sin decirte nada cuando la verdad es que estaba totalmente enajenado por tus ojos, tu sonrisa, tu brillo; aun así, cuando por fin pude reunir el valor suficiente, tuviste que ser tu quien me arrancase las palabras como si fueras un sacacorchos.
No, ciertamente nunca pensé dedicarme a la oratoria. Quizás por eso, o por comodidad, o por vagancia, o porque, al fin y al cabo era algo que se suponía, que se daba por hecho, que no admitía ninguna duda, casi nunca te hablé de amor, muy pocas veces te dije te quiero. No sé, la verdad es que solo de pensar en hacerlo, me ruborizo; soy incapaz de pensar que podría hacerlo con la suficiente fuerza, con la justa intensidad como para reflejar lo que siempre he sentido; me lo digo a mí mismo y me suena hueco, vacío, falso.
Muchas veces me lo has reprochado, ¿a quién no le gusta que le digan, que le recuerden lo mucho que importas a quien quieres? Y ya ves, jamás fui capaz de saber explicártelo, de poder decirte que no podía, que no sabía encontrar ni las palabras, ni el tono, ni la expresión necesarios para reflejar lo que realmente sentía, he sentido, sentiré por ti.
No, definitivamente hablar, expresarme con claridad, diciendo lo que realmente quiero decir, lo que siento, no es una de mis habilidades. Siempre lo he sabido. Hasta el punto de que, ni siquiera ayer, cuando me miraste por última vez, y ambos supimos que era la última vez, fui incapaz de decirte te quiero.
Por eso no me queda más remedio que escribirte esta carta ahora, cuando ya tan solo estás de cuerpo presente, cuando ya no tengo esperanza de que puedas leerla.
Siempre, te quiero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario