Todo
estaba dibujado en la pequeña libreta gris que llevaba en el bolsillo de su
pantalón, hasta el más mínimo detalle. Le había costado
mucho, tiempo, trabajo, esfuerzo, pero ya lo tenía todo, el plano horizontal,
el vertical, la alzada, incluso había diseñado las cúpulas. Sería una magnífica
catedral, Cataluña se la merecía. Aún faltaban veinte años, paciencia, antes
tendría que estudiar la carrera, pero el trabajo estaba hecho y él, Antoni el
de Francesc, la levantaría en todo su esplendor. Era un pequeño iluso
visionario.
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