lunes, 1 de agosto de 2016

MI ABUELO



En alguna ocasión anterior ya me referí a mi abuelo como una persona un poco tocada del ala. No se trata de una afirmación a la ligera, a las pruebas me remito. Una de ellas la constato cada vez que vamos por la AP-2. Al pasar por debajo del monumento erigido al Meridiano de Greenwich se empeña en que todos debemos de agacharnos y tapar la cabeza en evitación, dice él, de males mayores en caso de que se nos venga encima, “ya veréis el día en que esto se caiga, que un meridiano no es algo de fiar”, nos repite una y otra vez. 

Desde mis cuatro años escasos trato de explicarle que un meridiano es una línea imaginaria que sirve para calcular el huso horario y que, por extensión, es también el semicírculo máximo que pasa por los polos de cualquier esfera o esferoide de referencia; pero nada, que si quieres arroz Catalina. Él me mira con ojos incomprensivos, como miraría un profeta iluminado a un infiel agnóstico, y después menea la cabeza de uno a otro lado pensando, seguramente, que ya estoy perdida para la causa.

El otro día mi madre, que tiene muy poca paciencia y ningún sentido del humor para este tipo de tonterías, le dijo muy seria: “déjate de chorradas papá, es más difícil que se caiga esto encima de nosotros, que Echenique dimita por lo de la contratación ilegal del asistente”.

Mi abuelo se quedó muy serio, pensativo, y al cabo de unos minutos vi que le resbalaba una lágrima por la mejilla mientras susurraba por lo bajini “dios mío, qué país”.

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