Cuando
desperté no sabía dónde me encontraba, desde luego no parecía lugar de este
mundo, a mi alrededor los libros bailaban haciéndome corro a los sones de una
música que no ensordecía pero que todo lo inundaba; a un cambio de ritmo, el
tomo veintiocho de la Enciclopedia empezó a menear sus páginas con frenesí
pélvico digno del mejor rock; la música cambiaba sin solución de continuidad;
cuando sonó el twist, la Ilíada y el Diccionario de la RAE (tomo A-F) se
fundieron en un contoneo de contracubiertas espectacular. Pensé que tantas
horas de biblioteca preparando oposiciones me pasaban factura.
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