viernes, 4 de agosto de 2017

QUERIDO DIARIO...

Julio 15.-Es la mejor decisión posible. Creer que hay futuro es engañarnos. Nuestros hijos no crecerán en constante peligro de muerte, en una ciudad derruida, un país arruinado, pasto del terror,que retrocederá siglos en cuestión de semanas. El obús de anoche en el edificio de al lado ha sido determinante. Nuestros vecinos muertos o gravemente heridos. Podríamos haber sido nosotros. He conseguido billetes para el tren de Ankara a última hora de la tarde. Me han comentado que los trenes a Turquía se interrumpirán en breve, no podemos demorarlo más. Dejamos Siria con dolor. ¿Volveremos algún día?
Julio 19.- El éxodo resulta tremendamente cansado. Viajar tan en precario, siempre alerta, tanta gente, con funcionarios que no facilitan las cosas, hace del mínimo contratiempo una cuesta difícil de superar. Hemos llegado a un pueblo en la frontera de Turquía con Grecia, Edirne creo que se llama. Pasaremos la noche en unos barracones improvisados. Mañana cruzaremos la frontera, dicen, ya veremos. Los niños se quejan, pobres, están destrozados. Los mayores ayudan con los pequeños; tiene gracia, Khaled, el mayor, tiene ocho años y asume responsabilidades impropias para su edad. Procuramos que sea como una aventura, un juego, pero están rodeados de tanto sufrimiento que su mirada ha perdido la sonrisa. Anoche, mientras el tren traqueteaba, Khaled y Fátima, mi segunda hija, les relataban a los pequeños las últimas vacaciones que habíamos hecho antes del desastre. El viaje en tren, tan distinto, desde Alepo hasta Tartus, un pueblecito con mar, cerca de Líbano. ¡Qué lejanos quedan esos tiempos!
Julio 21.- Me preocupa padre. En los últimos tiempos estaba un poco maniático. Lo achacaba al estrés que vivíamos en Alepo, con bombardeos a diario y escasez de comida, sin olvidar su edad. Desde que murió madre, hace dos años, no es el mismo, siempre taciturno, apesadumbrado. Ahora es distinto. Avanzamos por Grecia, vamos en unos camiones de carga y le noto ausente, con la mirada perdida, ajeno a las conversaciones, sin comer. Añoro su vitalidad, su fuerza, la energía que emanaba al principio, cuando la famosa primavera árabe. Padre decía que seguiríamos el ejemplo de Túnez, de Egipto, que derrocaríamos al tirano después de cuarenta años. Cuando la represión alcanzó niveles preocupantes y derivó en guerra civil, no desmayó el entusiasmo. Hemos llegado a la frontera con Macedonia. Comentan que los trámites burocráticos durarán varios días. Aprovecharemos reponiendo fuerzas.
Julio 30.- Nos dicen que mañana cruzaremos la frontera.  Ha sido largo, aunque los funcionarios griegos comentan que tenemos suerte, que nos consideran refugiados políticos, que eso facilitará las cosas, aliviará los tiempos de espera. Estos días de espera nos han permitido confraternizar con muchos de los que componen esta larga marcha. Nos mantenemos los mismos que salimos de Alepo hace ya catorce días, una representación de una ciudad de dos millones de habitantes que aglutina una amalgama de etnias, culturas, razas y religiones y que estamos demostrando que somos capaces de convivir en la desgracia, como antes lo hicimos durante siglos en Siria. Y todos huyendo de lo mismo, del terror instaurado por la Sharía del Estado Islámico. Mi padre continúa en su ostracismo, aunque estos días parece que le han venido bien.
Agosto 15.- Se cumple un mes desde que empezamos este periplo sin fin. Los ánimos han decaído respecto al entusiasmo inicial, cuando la adrenalina que nos provocó la hégira corría de la cabeza a los pies. Hemos atravesado Macedonia y Serbia; estamos en la frontera con Hungría, en unos barracones prefabricados bastante confortables. El paso por estos dos países ha sido lento y tedioso. Cada día el cansancio acumulado nos hace más difícil el siguiente paso, más insoportables las horas de espera; al menos tanto los macedonios como los serbios nos han tratado de forma exquisita; no olvidamos, comentaban, que hace poco pasamos por algo parecido y salimos adelante gracias a la solidaridad de vecinos  inesperados. Lo que comentan los voluntarios de las ONG´s es que en Hungría las cosas no serán fáciles, si es que hasta ahora lo fueron. Se rumorea que los húngaros no va a reconocer nuestra condición de refugiados políticos ni a respetar convenios internacionales. Los niños me sorprenden cada día, su resistencia, ganas e ilusión resultan contagiosas a todos los que les rodeamos. Menos a mi padre, que continúa a duras penas, como un autómata; no recuerdo cuando habló por última vez.
Agosto 28.- Acertaron los rumores sobre los húngaros. Llevamos diez días encerrados en un campo vigilado por policías y militares. Lo llaman campo de refugiados; es de concentración. Algunos ceden a las tentaciones de funcionarios corruptos que ofrecen transporte rápido y fiable, traspasando las fronteras de Hungría y Austria, hasta el corazón de Alemania, sin problemas, sin controles, en cuestión de horas. Suena tentador pero no puedo dilapidar los tres mil euros por persona que piden; hipotecaría el futuro de mis hijos. A última hora llegan noticias de que han aparecido los cadáveres de setenta y dos personas que habían pagado ese transporte, un camión frigorífico en la cuneta de una autopista austriaca. ¡Qué Alá nos proteja!
Septiembre 8.- El verano toca a su fin, el tiempo empeora. Esta noche nos toca dormir en tiendas de campaña, al menos no llueve. Comentamos los sucesos del día alrededor de un fuego, estamos indignados, una periodista le ha propinado una patada a mi hija y ha hecho caer a otro compañero que llevaba a su hijo en brazos. Esta desgracia no tiene fin. Los gobiernos occidentales nos consideran el problema, no quieren darse cuenta que el problema se llama Estado Islámico. De repente mi padre, sentado frente a mí, comenzó a balancearse canturreando; todos se callaron, escuchando, hacía treinta y ocho días que no hablaba. Poco a poco fue alzando la voz. Repetía una y otra vez, cada vez más alto, como una letanía:
   No nos quieren. Nadie nos quiere. ¿Qué hemos hecho señor? ¿Por qué nadie nos quiere? ¿Por qué nadie nos quiere?

Después quedó en silencio, y cerró sus ojos para siempre.

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